Capítulo 15 - Excentricidad sobre el balcón

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Tras su inaudita embriaguez en el casino, Erin hizo una promesa junto con Valentin en la cual ponían de manifiesto el no volver a tomar de esa forma, ya fuera juntos o separados, pretendían no caer sobre sus deseos autodestructivos y poner entre sus manos un trago más. Incluso se dispusieron a tomar formalmente las reuniones en casa de Haman como un paso adelante hacia su mejoría. Así, la tarde del veinticinco de marzo, estrecharon sus manos prometiéndose dejar para siempre el alcohol, y en el caso de Erin, su inicial adicción hacía los estupefacientes.

Pronto, Erin desarrolló un apego emocional, y un vínculo muy firme con Haman, quien fungía como su padrino en las reuniones, siempre encaminándolo hacía una versión mejorada de él. Los juicios de Haman dirigidos a Erin constantemente lo dejaban filosofando acerca de las carencias emocionales a las que su apresurado desarrollo mental lo habían expuesto, arrepintiéndose gran parte del tiempo, por las experiencias que no había vivido nunca y disponiéndose a ser más abierto con las personas que lo rodeaban. 

Erin descubrió que sus visitas a los suburbios cada vez le parecían menos dolorosas, más el deseo de pertenecer a una familia nuclear lo superaba en sus días malos; y tras su larga convivencia, Haman se convirtió en su prototipo de padre, dándole esa sensación de correspondencia hacía sus emociones vacías.

Durante ese año completo Erin estuvo compartiendo vivienda con Valentin, sintiéndose como un invitado los primeros días, y tomando cómodo el lugar para finales del mes. Era Erin quien solía pagar la renta la mayoría de las veces; la distribución económica era casi siempre dispareja, pero le resultaba justo ya que ese sobrio departamento lo hacía sentir bienvenido, y en especial, la constante compañía de Valentin lo llevaba a un lugar parecido a lo que alguna vez llamó hogar.

Desde entonces, las visitas de Makeda eran siempre más frecuentes y con una mayor duración a la anterior. Los tres parecían residir en un mismo lugar, encontrándose gran parte del tiempo juntos, tornando el sucio y descuidado balcón de la derecha en su lugar favorito para pasar el tiempo, sin la necesidad de hablar o realizar una actividad, sus simples presencias combinadas con el paisaje de la ciudad era suficiente para darles el sentido de plenitud al que aspiraban al llegar a viejos.

Desde el día en que se conocieron, el tiempo pareció ir más rápido de lo usual, Erin y Makeda eran quienes se mantenían ocupados gran parte del tiempo. Estuvieron estudiando múltiples casos, la mayoría dados hace décadas, en los que la demencia era capaz de ser prevenida desde una corta edad, más esa posibilidad no curaba la enfermedad una vez hubiera comenzado. 

La información que podían obtener de libros y artículos científicos cada vez se volvía más limitada y repetitiva, sus preguntas se tornaban difíciles de prever haciéndolos dar vueltas sobre las mismas. Aunado a su complejo estudio teórico, habían conseguido la manera de obtener citas con hospitales aledaños para trabajar sobre la investigación con una fuente de recursos fijos, sin embargo, al final del día todos parecían no recibir suficiente de ellos declinando las pocas oportunidades existentes y regresándolos con desgano a los libros.

Cuando hubieron llegado al mes de julio tuvieron la oportunidad de publicar dos artículos en los que trataban el uso de fármacos como alternativas al retraso de la demencia, y el uso de ejercicios simples para reactivar la sinopsis y potenciar el estado cognitivo de una persona sin importar su edad, atrayendo así a sus vidas a una pequeña comunidad científica empeñada en brindarles apoyo y corregir sus errores.

Fue entonces que en el mes de agosto Erin y Makeda publicaron el manual de estimulación cognitiva que usarían en el futuro, basado en sus constantes hipótesis sobre las limitaciones y alcances que podría tener el cerebro humano al ser expuesto a cierta presión.


En pocos meses, Erin había tenido el progreso que llevaba anhelando desde la universidad, y sin buscarlo, los medios de comunicación habían comenzado a poner un reflector minúsculo sobre él. Sus aportes al mundo de la medicina tomaban fuerza y voz propia, dada la naturaleza de su esfuerzo. Su constante intento por buscar un método que fuera viable al hallar una forma de curar el Alzheimer lo mantenía llevando todos sus pensamientos y toda su energía hacia diferentes conjeturas que le fueran de utilidad.

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora