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            Fue al domingo siguiente, en dónde por casualidades que nos habían asombrado, que ningún nombre del grupo de mis amigos surgió en el sorteo de guardias de ese día. Ni Luna, Jacob, Aiko, Tom, Noah o yo habíamos sido seleccionados. Algo bastante sorprendente después de la escena que había pasado días atrás en el salón del Centro con Enzo, pero que no iba a ni mencionar ni quejarme si significaba que cambiarían de opinión sobre si debían reprimirme o continuar pretendiendo que no había pasado nada. Claramente decidieron ir por lo último al tener en cuenta que muchos integrantes habían visto que Enzo había sido el causante del conflicto.

Así que fue Luna la que propuso bajar por las escaleras precarias que nos llevaron a la playa ese domingo libre, dónde me emocionaba el recuerdo arena irregular torciéndome los tobillos al caminar y metiéndose en mis zapatillas. En el paso que habíamos bajado, Jacob fue arreglando ciertos escalones que podrían habernos herido los tobillos, lo que nos facilitó cargar con la canasta que estábamos llevando, ciertas comidas horneadas que Morgan había hecho y que Zafira nos había dado, la cuales disfrutaríamos una vez que llegáramos a la pequeña playa.

Morgan fue la segunda en llegar, después de que Jacob colocara nuevamente el único escalón salido, y saltó hacia la arena riéndose, corriendo directamente hacia el mar antes de que pudiera gritarle que tuviera cuidado, que el agua debía de estar helada. Tom, frente a mí, levantó las cejas.

—No me pareció estar fría la otra vez que vine.

Sólo parpadeé dos veces al mirarlo fijo.

—¿Hace falta que lo diga?

Terminó dándome un empujón, el cual me hizo apoyar las manos en la arena para no caerme e impulsarme para seguir caminando. Luna y Aiko siguieron los pasos de mi hermana en lo que los gemelos, Jacob y yo peleábamos por estirar un viejo mantel para poder sentarnos en la arena. El sol estaba por sobre el agua, sus rayos mañaneros intensamente acariciando mi piel y me dejé caer en el mantel al cerrar los ojos y disfrutarlo.

Sentí movimiento a mi lado, por el quejido que soltó lo reconocí como Jacob, que al abrir uno de mis ojos y mirarlo de reojo, me encontré con el horrible diseño de anteojos de sol que se había hecho y no pude evitar reírme. Me dio un codazo.

—No te los voy a prestar ahora, que se te quemen las pupilas.

—Yo que tú tendría cuidado de no quemarme con el marco de metal —lo señalé, el sol de a poco lo empezaría a calentar en cuestión de segundos—. Y con ese diseño horrible, seguro la quemadura te quedaría más linda.

Vi, de suerte, la rápida forma en la cual había tomado un puñado de arena y lo lanzó en mi dirección, algo de lo cual me protegí y, por el viento, volvió en su dirección. Se le metió en la boca y terminó tosiendo, lo que me causó más gracia. Los gemelos meneaban la cabeza y se sentaban con nosotros en el mantel para esperar a los demás.

Cuando todos nos sentamos, repartimos la comida que había, peleando por no masticar la arena que se metía entre nuestros dedos o en la comida y riéndonos cuando olas de viento nos arrasaban. En otra circunstancia de nuestra vida, seguramente hubiera sido incómodo el lugar, el día, el horario, el viento y todo, pero era lo más cercano a un descanso normal y ordinario que podríamos tener. Hasta cosas que me hubieran molestado meses y meses atrás —como masticar granos de arena o que el pelo se me metiera en la boca por el viento—, me hacían reír mucho más que fastidiarme.

Una vez que la canasta quedó vacía y todos los residuos sucios estaban dentro, Tom se acercó al agua para poder buscar caracoles, algo que Morgan lo acompañó y juntos se quedaron bromeando en el agua. Por más que Tom no sentía temperatura, había tenido razón de que no estaba tan fría y mi hermana disfrutaba de sus pies sumergidos por las olas.

NOVA STAR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora