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            Fue en el día de las madres cuando todo se me fue de las manos y por la borda.

Costa Norte no hacía muchos festejos, entre que los días se mezclaban entre sí en su gran mayoría, tampoco teníamos el tiempo de tener en cuenta qué podríamos celebrar y qué no. Había algunas fiestas importantes, como Navidad o Año Nuevo, que se sabía que mínimamente alguna reunión general en el comedor podría ser hecha con un poco de música o lo que fuera. Y después, por consideración del pueblo y las familias separadas, se decidió festejar también las fechas familiares. Entre ellas, entraban el día del padre y el de la madre.

Era un domingo muy soleado, el usual frío de la ciudad desaparecido una vez que el sol caía sobre uno. El mar se escuchaba tranquilo, las olas suaves y controladas, la brisa húmeda y fresca al mismo tiempo. Parecía ser el día perfecto para festejar el día a las mujeres que, en mi caso, había tomado demasiados sacrificios para la seguridad de mi hermana y la mía. El más grande de ellos, dejarnos ir. Así que, ese día, harían una pequeña reunión en el comedor donde todos nos reuniríamos a comer.

Mi sorpresa más grande fue que Morgan me despertara con un desayuno, que trató de unas tostadas con huevos revueltos y café, sólo que el detalle de las flores frescas me hizo sonreír. Me había hecho un dibujo firmado por ella, lo que parecía ser una foto de un viejo retrato en casa, de nuestra familia. Detrás de ella, había firmado:

"A la mejor hermana que me pudo tocar y que nos protegió, protege y protegerá por siempre. Con amor, An": Me obligué a ahogarme en las tostadas para culpar mis lágrimas por la falta de aire.

Cuando me avisó que se juntaría con unos amigos de la escuela por un rato, prometiéndome que nos encontraríamos en el comedor una vez que fuera la hora de comer, al quedarme sola, me hallé mirando las flores que me había traído. Las puse en un vaso con agua y las dejé en una nueva mesa restaurada que había podido rescatar de unos escombros viejos. Mis dedos acariciaron sus pétalos, todavía suaves e intactos, y solté un largo suspiro al pensar en mi pobre amiga. Me había olvidado cuánta vida esos detalles le daban a absolutamente todo.

Llevé a mi cuarto lo que Morgan me había dibujado, pegándolo en la pared con una cinta adhesiva que le había robado a mi hermana de la escuela. Había empezado a decorar un poco las horribles paredes, en lo que también me ayudaba a relajar las cosquillas nuevas que recorrían mi nuca, rodearme de mis cosas favoritas parecían ayudarme con eso. Había colocado una de las fotos que nos habíamos sacado en el cumpleaños de los gemelos —que sí, era la que me estaba cayendo del sillón—, como también la foto que compartía con ellos y otra con mi familia que viajaban conmigo desde el campamento anterior.

También había recuperado el broche lila y la costura del nombre de Asher que había enlazado con él. Lo dejé en mi mesa de luz, lo que me permitía mirarlo antes de irme a dormir todas las noches. Y, en una esquina, escondido de que los gemelos la vieran para que no intentaran sacármela, estaban los dos pedazos arreglados que había recuperado de la heladería Parker's y que nunca se la había devuelto a Tom. Era mía ahora.

Me senté en la cama después de pegar la nueva adquisición, mirando los trazos que formaban las caras de mis papás. Pensar en ellos era duro a veces, más en los días donde el cansancio y frustración se sentían en mis hombros. Extrañaba sus consejos, su apoyo, sus chistes y hasta toda la macumba que mamá hacía en nosotras todos los domingos. Siendo sincera, con todo lo que me estaba pasando, necesitaba una de sus sesiones.

Los episodios no habían parado, pero tampoco habían empeorado. Se trataba de o el enorme cambio en mis ojos en un momento extraño, o un dolor punzante en la cabeza que me hacía doblar las rodillas del dolor. No me había vuelto a pasar en mi departamento como la primera vez, siempre era en mi rutina diaria de ir a entrenar, o en el camino de la ciudad, incluso entre los puestos del mercado. Ya siquiera asustaba a nadie, de hecho, hasta se empezaban a preocupar por mí una vez que notaban mis quejidos. Por suerte nunca llegó a mayores, que era mi miedo más grande, y había ya pasado días lidiando con los cambios.

NOVA STAR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora