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            Las cosas estaban diferentes. En todo tipo de sentido.

El ataque había causado una enorme ola de desconfianza, y era razonable que eso pasaba; si un anómalo había atacado antes y se había tomado el tiempo de, de alguna manera, perseguir a su víctima, ¿Qué significaba eso? ¿Qué éramos o seríamos víctimas de alguien más? ¿Qué estábamos en la mira por nuestra propia gente? Y la peor pregunta surgía del temor, del terror de la persecución y la seguridad; ¿en quién ya no había que confiar?

Lo más notorio de ese miedo, fue el silencio que se formó en toda la ciudad. Ahora enrejada y rodeada de altas paredes metálicas que Jacob había pasado días y días armando, y que de igual forma no calmaban la nueva sensación que corría entre los integrantes. Encerrarnos no significaba que estábamos a salvo, ¿y si alguno de nosotros se volvía como Javier? ¿Si perdía la cabeza?

Para empeorar las cosas, desde la perspectiva de los anómalos, el cuerpo de Javier fue enterrado en una zona que estaba apartada para actuar como un cementerio. Muchos se enojaron al enterarse de aquello, ¿por qué tratar decentemente a alguien que nos había dañado? Fuese o no inconscientemente, fuese o pareciese como si hubiese sido poseído, ¿por qué tomarse el tiempo? El Doc fue el que insistió con la idea y pudo habilitarnos una zona en el pequeño cementerio.

Estaba en una zona aislada, un poco más adentrada al bosque que rodeaba la ciudad y cerca del acantilado. Por pedido de Drea, después de que el cuerpo fuera evaluado de pies a cabeza —o bueno, lo que quedaba del cuerpo en realidad—, logró convencerla a Julia de poder darle un entierro digno a su cuñado. La convenció con contarle sobre lo que había pasado en su viejo campamento y su comprometido, le contó todo. Menos lo de sus bebés que, tarde o temprano, también saldría a la luz.

La acompañé esa mañana, mi brazo enredado en el suyo y con mucha lentitud caminamos hasta el agujero que un anómalo había hecho con su anomalía de tierra. Los restos de Javier habían sido envueltos en una vieja sábana, el Doc habiendo sido cuidadoso y tratando de mantener el cuerpo de la mejor manera. Junto a Tom y Troy, que también estaban ahí, bajamos el cuerpo en la tierra y Drea se despidió con sus ojos llorosos y dejando caer unas flores que había juntado con Olivia del bosque.

No dijimos nada, hubiera sido hipócrita de nosotros hacerlo. Nos había atacado y causado muchos problemas, más a mí en el futuro, y lo único que me permití hacer fue mecer la espalda de Drea que lloraba detrás de su pañuelo. Más allá de sus traumas, era su última familia. Horas después, la acompañé a su nuevo departamento en un edificio continuo al mío y me aseguré de que entrara en él antes de continuar con mi día.

No fue la desconfianza y tristeza lo único distinto en el campamento. Yo era, en mis ojos, el factor más cambiado.

Lo había tratado de ignorar los primeros días, las cosquillas distintas que atacaban mi nuca y columna mientras que entrenaba, o cuando usaba mi anomalía para pequeñas cosas como defenderme y mover objetos. Hacía mucho tiempo que no sentía los pinchazos en la cabeza, esos habían terminado después de mi estallido hacía meses. Que volvieran no solo me llamó la atención, sino que me hizo temer que estaba tomando pasos hacia atrás con mi proceso y evolución con mi anomalía.

Pero no fue eso lo más raro. Los pequeños episodios habían empezado en momentos que siquiera estaba usando mi anomalía.

El primero que había presenciado, había sido un día que estaba con mi hermana en un fin de semana que no me había tocado guardia. Le había prometido que le enseñaría a usar su anomalía, más que nada después de la situación que había pasado, y estábamos practicando al aire libre por precaución. Le había pedido permiso al Doc para usar el patio trasero de su pequeña cabaña y, por sólo estar interesado en ver la anomalía de mi hermana, nos dejó estar con la condición de él también presenciar la práctica,

NOVA STAR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora