Capítulo 12.

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María José.

El lunes llego al trabajo después de un fin de semana que solo puedo describir como triste y digno de olvidar. Aparco el coche, cruzo la entrada y cuando me dirijo hacia el ascensor me encuentro a Daniela esperando para cogerlo.

Un torbellino de burbujas revolotea por mi estómago cuando se gira al escuchar mis pasos y me enfoca con su mirada profunda y enérgica.

—Buenos días, creía que tú no madrugabas, ¿te has caído de la cama? —saludo de forma simpática, con la esperanza de que podamos tener un día en el que nos tratemos de forma cordial.

—Lo que yo hago en mi cama ya no es asunto tuyo, dejó de serlo cuando me abandonaste.

Su dardo envenenado me atraviesa el pecho como una lanza, además de dejarme claro que todo sigue igual entre nosotras. Simplemente no me soporta.

Las puertas se abren, primero entro yo y después lo hace ella, y justo cuando están a punto de cerrarse llegan el informático, el cristalero y la mujer de la limpieza. Agradezco su llegada como el agua de mayo, porque no me apetece nada subir las seis plantas a solas con ella. El drama llega cuando ella choca su cuerpo contra el mío con la excusa de dejarles espacio, lo hace sin miramientos, provocando que mi espalda tope contra el cristal del fondo y me tenga que morder la lengua por educación, porque ganas de preguntarle si es gilipollas no me faltan.

El ascensor se pone en marcha y con la excusa del leve movimiento que se produce, da otro paso hacia atrás y esta vez pega su espalda a mi pecho y se mantiene ahí, inundándome las fosas
nasales con su exquisito aroma y revolucionando mi cuerpo al sentirla tan cerca.

—¿Qué coño haces? —le susurro al oído con rabia contenida—, tienes sitio de sobra.

—Este me gusta más.

Lleva su mano derecha hacia atrás y cuando me quiero dar cuenta la noto sobre mi sexo, apretando de forma sugerente mientras yo contengo la respiración y siento que las piernas me fallan de puro deseo y excitación.

Clavo la mirada en los jodidos numeritos. Vamos por la planta cuatro cuando aumenta la presión y siento que desfallezco. Cinco y ahogo un suspiro, provocándole una sonrisa diabólica que veo a través del espejo lateral. Seis, las puertas se abren y todos salen menos Daniela, que aparta su mano y se gira hacia mí, dejando sus labios muy cerca de los míos, acariciándome con su aliento y matándome de deseo.

—Buenos días, María José —dice, y se da la vuelta y abandona el ascensor dejándome con un río entre las piernas, la mente turbada y el corazón roto de dolor.

Ni siquiera sé cómo logro salir sin trastabillar y caerme. Me voy directa a los baños, pero no para limpiarme o saciar lo que me ha provocado, simplemente entro porque no sé ni lo que hago y no logro centrarme tras el efecto Daniela. Así que me encierro en uno de los aseos, bajo la tapa del inodoro y me siento. Para lograr distraer mi mente y volver a ser persona, me centro en leer las gilipolleces que la gente escribe detrás de las puertas, me parece increíble que en un edificio lleno de oficinas donde la gente viene a trabajar, todavía pasen estas cosas dignas de institutos y bares de copas.

Minutos después, y sin saber muy bien cómo me siento, entro en el despacho. Daniela se gira y me dedica una sonrisa falsa que no soporto. Me acerco a su mesa a paso rápido y ella se tensa, no sé si porque piensa que lo voy a dar un bofetón igual que el que ella me soltó, o porque cree que le voy a saltar encima como una gata en celo.

—No seas tan pedante —murmuro mirándola a los ojos, antes de coger un rotulador de su lapicero.

Lo destapo sin dejar de mirarla, después me doy la vuelta, camino hasta el calendario y tacho el lunes.

crossing out days (Adaptación caché) [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora