Capítulo 19.

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María José.

Daniela me coge de la mano y
comienza a caminar con rapidez hacia el interior del hotel. Atravesamos el salón donde estábamos y salimos al vestíbulo. No se detiene ni un segundo, sigue tirando de mí a un ritmo que casi me cuesta seguir.

—Daniela, no corras.

Pero no me hace ni caso y cuando llegamos a los ascensores pulsa los botones con prisas. Me detengo a su lado y me enfoca mientras se muerde los labios, mi cuerpo reacciona de un modo que me impresiona, una excitación creciente y desconocida se instala en mi entrepierna y joder, el ascensor llega y Daniela me mete en él haciendo gala de sus prisas.

La entrada de un matrimonio mayor junto a nosotras es lo que nos mantiene cuerdas, pero mientras espero impaciente a que llegue a nuestra planta, Daniela me coge la mano y aprieta. Hacía años que no sentía nada tan agradable como el roce de sus dedos. El ascensor se detiene por fin y
no sabría decir en qué momento entramos a la habitación y nuestra ropa acaba desparramada por el suelo entre besos ansiosos y caricias que piden más intensidad.

Caigo sobre la cama con Daniela cubriendo mi cuerpo y cuando noto su calor es como si mi alma me abandonase por completo, cierro los ojos e intento respirar.

—No sabes cómo te he echado de menos —consigo decir entre suspiros.

Ella no contesta, se limita a depositar besos por mi barbilla y mi cuello hasta que sus labios llegan a mis pezones y los atrapa con tanta ansia como cariño. Su mano desciende lentamente por mi abdomen sin que yo pueda controlar el temblor exagerado de mi cuerpo. Me estremezco como nunca ante cada una de sus caricias y ella disfruta de mí sin reparos, tomando todo aquello que siempre le ha pertenecido y arrancándome un suspiro tras otro que rápido se convierten en gemidos cuando noto su mano sobre mi sexo.

Sus caricias me queman por fuera y me abrasan por dentro, cuando sus dedos bailan entre mis labios y finalmente acaban dentro de mí, siento que desfallezco y un grito placentero escapa de mi boca.

—Dios, Daniela —suspiro sin fuerza.

—Me encanta estar dentro de ti —reconoce en voz baja.

Sin sacar sus dedos que me mortifican de placer, se sienta a horcajadas sobre mí y contemplo su cuerpo mientras ella entra y sale. Daniela presiona esa parte interior que tan loca me vuelve y acaricia mi clítoris con su pulgar. Alargo la mano para acariciar su sexo, notando su humedad resbalar por mi pierna, pero Daniela me detiene y sigue dándome placer mientras me mira con devoción, como me miraba antes, cuando ella era lo más importante de mi vida.

—Te quiero, te quiero mucho, cariño —confieso entre jadeos.

Daniela deja de respirar ante mis palabras, pero su mano sigue ahí volviéndome loca hasta que el orgasmo aparece de repente como una explosión de burbujas que me hace gritar hasta quedarme sin aire.

No quiero permitirme perder un segundo para recuperar el aliento, necesito disfrutar de ella más que el respirar. Me incorporo jadeante y la beso, colocando las manos en su cintura y estremeciéndome al notar como todo su cuerpo tiembla. Intensifico el beso de forma apasionada y lentamente la empujo hasta que vuelca y su cuerpo queda tendido sobre la cama.

Abandono sus labios para repartir besos cariñosos por todo su cuerpo. Empiezo por sus ojos y bajo muy lentamente, pasando por sus mejillas y su cuello, después sus pechos, donde me entretengo un poco más para sentir la dureza de sus pezones entre mis labios y mi lengua. Sigo bajando, paso por su abdomen y sus caderas y Daniela no deja de suspirar. Sigo mi camino hasta sus piernas, regalándole besos hasta llegar a sus pies, jamás la había visto temblar de esta manera, me tiene loca de deseo.

Coloco mis manos en sus tobillos y después comienzo a separar sus piernas lentamente, disfrutando de la visión de su sexo que me ofrece mi posición.

—Por favor, María José —suplica con desesperación.

Y si hay algo que no quiero es hacerla esperar. Deseo darle todo lo que quiere, así que subo hasta que mis labios por fin llegan a su sexo y puedo saborear toda esa humedad que lleva rato cegándome.

Daniela suspira y eleva las caderas para buscar mayor contacto, me agarro fuertemente a sus piernas y lamo y saboreo con devoción cada rincón de su sexo. Sus manos se aferran a mi cabeza para que no deje de hacer lo que hago, sentir sus gemidos cada vez más rápidos y desesperados me estremece, mi lengua se vuelve voraz y presiono con fuerza sobre su clítoris haciéndola gritar por la intensa sensación.

Me desconecto del mundo completamente, lo único importante es ella y sus gemidos, ella y su piel temblando entre mis manos y bajo mi lengua y mis labios, hasta que su cuerpo se tensa y estira un brazo por encima de su cabeza para apoyarlo en la pared, su otra mano está sobre mi
hombro, apretando con fuerza mientras me clava las uñas y su orgasmo se libera con la fuerza de un huracán, del huracán Daniela.

Se queda totalmente relajada, y el brazo que hace unos segundos estaba en la pared, ahora reposa sobre sus ojos mientras recupera el aliento. Trepo por la cama hasta colocarme a su lado y utilizo dos de mis dedos para dibujar figuras sobre su pecho y su vientre, nos divertíamos mucho cuando ella trataba de adivinar lo que había dibujado.

Esta vez no sucede eso, su abdomen se tensa en cierto momento y su respiración se agita, alzo la vista y veo que su barbilla tiembla mientras su otra mano, la que no cubre sus ojos, se aferra a la sábana y la retuerce con fuerza.

—Daniela… —susurro sin saber qué hacer.

Su nombre pronunciado por mis labios es lo último que necesita para que el llanto se apodere de ella. Daniela empieza a llorar de forma intensa y siento que el mundo se resquebraja bajo nosotras. Me pego a ella y la abrazo con fuerza, temiendo que me rechace, pero no lo hace, simplemente se gira hacia mí y sigue llorando de forma desconsolada aferrada a mi cuerpo.

—Lo siento muchísimo, cariño —susurro sollozando también, mientras la abrazo con fuerza desmedida y beso su cabeza sin cesar—, perdóname, Daniela, si pudiera volver atrás te juro que lo haría sin pensar, jamás debí dejarte, mi vida está vacía sin ti.

Noto sus dedos aferrándose con fuerza a mi espalda y yo sigo besándola y pidiendo perdón por lo estúpida que fui, sintiéndome una miserable por no ser consciente del daño que iba a hacerle.

—Perdóname, mi vida —sigo susurrando, y así es como después de un tiempo indeterminado nos quedamos dormidas.

~

Maratón 1/2

crossing out days (Adaptación caché) [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora