Prólogo

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No sabía exactamente dónde se encontraba, no recordaba en qué momento pensó que salir al jardín, sola, había sido una buena idea. Las normas de la aristocracia podían ser muy sofocantes, pero bajo ningún motivo era correcto que merodeara en ese sitio sin compañía.

Estaba desesperada, miraba a su alrededor y no hallaba nada que le proporcionara tranquilidad, lo único que había eran unas inmensas paredes cubiertas de... ¿hierbas? ¿Cómo fue que entró a ese laberinto? ¿Desde cuándo había uno en ese lugar? Y lo más importante, ¿quién era el dueño de esa mansión? ¿Por qué demonios no podía recordarlo?

Observó la luna que sutilmente brillaba en la oscuridad, absolutamente todo en esa noche parecía estar en su contra. Dios, ¡¿por qué nadie iba a ayudarla?! Quería gritar, pero le era imposible, las palabras no salían de su garganta, su dulce timbre de voz se había marchitado.

De repente, un tétrico escalofrío recorrió por su cuerpo, no pudo evitarlo y empezó a temblar, ¿a qué se debía eso? ¿Qué era esa presencia? Su espalda se puso recta y con el vivo temor enterrado en sus ojos se atrevió a voltear. Y lo que encontró la dejó fría.

Al fondo de ese espantoso laberinto se encontraba una lúgubre silueta, que parecía regocijarse con sus miedos. Tenía un aura escalofriante, tan oscura que sintió que le absorbería el alma en cualquier instante. Mikasa intentó correr, pero su cuerpo simplemente no le respondía, ¿por qué? ¿Por qué le pasaba esto a ella?

Cerró los ojos esperando el fin, si debía morir prefería rememorar los minutos más preciados con su familia y no ese horrible momento en el que un ser demoníaco acabaría con su existencia. Espero y nada sucedió, abrió los párpados despacio y se sorprendió al ver que la sombra había desaparecido, ¿lo habría imaginado?

Suspiró, sin embargo, un susurró la alertó.

Corre, el juego ha comenzado...

«¿Juego?¿Qué juego? ¿Quién diablos eres? ¡¿Déjame en paz?!» pensó al rechinar sus dientes por la falta de voz.

Te irás cuando me cansé de ti, tú saciaras todos mis deseos, Mikasa.

No supo en qué momento su cuerpo comenzó a reaccionar, lo único que entendía era que esa última frase que le murmuró ese ser espectral, la hizo andar. Siguió y siguió, pero a su alrededor no encontró ni un solo indicio que le diera una mínima esperanza, ese maldito lugar era un callejón sin salida.

¿Por qué tuvo que desobedecer a su madre y salir al jardín sin su permiso? ¿Por qué se alejó de la vista protectora de su padre? El por qué, ahora era muy tarde.

Trastabilló con su vestido y como pudo se aferró a la enredadera de hierbas, la falda era enorme y apenas le permitía moverse. Mikasa pensó que en ese momento las normas de conducta se podían ir a la mierda, su vida corría peligro, era una situación de sobrevivencia. Tomó aire y con sus manos sujetó la prenda, la suave seda se resbalaba por sus finos dedos enguantados, con firmeza los apretó y siguió corriendo.

Era imposible, por más que avanzara no llegaba a ningún lado, la desesperación era palpable y por primera vez desde que esa agonía había comenzado se derrumbó. Sentía que sus fuerzas no podían más, cayó hincada al suelo con las palmas estampadas en el césped. Grandes lágrimas salían de ojos y un grito silencioso se escapaba de su boca. Apretó los puños enterrándolos en la tierra por la impotencia. Su corta vida se acabaría esa misma noche.

¿Tan rápido te rendiste? Creí que jugaríamos más, pero si es tu decisión podemos empezar con la diversión.

«¡Maldito!» pensó, le fastidiaba tanto no poder hablar.

Mirada esmeralda [EreMika]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora