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.Tres semanas habían pasado desde que comenzaron a correr las amonestaciones. Toda la aristocracia londinense estaba invitada al matrimonio del duque de Cornawall y la hija del conde de Jersey.
En las calles de la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuese la perfecta unión entre las familias más reconocidas de la región. La nobleza esperaba con ansias el fin de semana para celebrar junto a los novios, el pacto de amor que se profesarían frente al altar.
Todo era algarabía e ilusión para la pareja de enamorados.
—Señorita, aquí tiene su vestido de novia —le dijo madame Ral al mostrarle la preciosa prenda—. Espero esté a la altura de lo solicitado.
—E-es, ¡demasiado hermoso! —declaró al pasar sus delgados dedos por la fina tela. El encaje que cubría el corselete era divino y la pedrería que lo acompañaba, solamente resaltaba aún más su belleza. Era un trabajo de alta costura—. ¿Podría probármelo?
—Por supuesto —acotó la modista—. Las jóvenes costureras van a acompañarla.
Las señoritas escoltaron a la azabache al vestidor para ayudarla a colorearse su vestido. Mikasa iba tan ilusionada que se olvidó de avisarle a su madre que pronto regresaría. La condesa, simplemente, la observó desaparecer con las muchachas al probador, mientras era resguardada por su doncella de confianza.
Hange sonrió, pues la felicidad de su hija era lo que más anhelaba.
Madame Ral le hizo una reverencia a lady Jersey antes de retirarse a supervisar cómo le colocaban el vestido a su cliente. Ella sabía que la novia debía lucir perfecta; así que, se encargaría de dejar todos y cada uno de los detalles impecables.
La condesa aprovechó el momento para revisar las prendas que le solicitó a la modista como regalo de nupcias para su hija. Hange quería que su pequeña llevase un hermoso ropaje a su viaje de bodas, por lo tanto, solicitó con anticipación todo un nuevo guardarropa. Su hija debía salir de su casa como lo que siempre había sido: un radiante diamante.
Los vestidos que pidió ya había tenido la oportunidad de apreciarlos, pues ella había ido con antelación a probarse el atuendo que usaría en la ceremonia de su pequeña. Lo único que le faltaba por contemplar, era la lencería que con tanto cuidado encargó para que fuese la más elegante y delicada. Su hija estaría cómoda y hermosa en cualquier circunstancia.
Con nerviosismo abrió la caja que descansaba en la mesa que tenía enfrente. Retiró con sus manos el sutil papel que cubría las prendas, hasta dejar al descubierto la fina tela. Tomó con sus dedos un camisón, rozando la tersa seda con la que se confeccionó. Era la pieza idónea que debía llevar cualquier novia a su viaje de bodas.
Con mucha alegría sonrió, al comprobar que madame Ral había hecho su trabajo a la perfección. Al terminar se le recompensaría con una bonificación por su ardua labor.
Devolvió todas las prendas a su lugar, cerrando la caja con mucho cuidado. Su pequeña no vería la sorpresa que le tenía, hasta que, llegase a la mansión todo lo que había encargado.
Hange buscó un cómodo sillón para sentarse mientras esperaba a que su hija volviese a esa habitación. Estaba por acomodarse cuando las puertas del salón se abrieron de par en par, dejando entrar al más precioso de los diamantes.
¡Mikasa lucía impresionante!
—Madre —musitó al ver a su progenitora con las manos sobre sus labios. Ella aún no se había visto, pero la reacción de la condesa le confirmó que debía verse radiante.
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Mirada esmeralda [EreMika]
VampireEn sus caricias encontraría todo lo que una señorita bien educada no debería desear. Pero, ¿quién determinaba las normas de conducta cuando se encontraban en la intimidad? ¿Cuál era el secreto que guardaba bajo esa sombría y seductora mirada esmeral...