Capítulo 8

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La tarde era hermosa. El sol iluminaba los verdes prados. La brisa era refrescante. Y las flores; las preciosas flores, embriagaban con su aroma el vasto campo.

El jardín deslumbraba o, quizá, lo que lo exaltaba era la belleza de la elegante mujer que caminaba por sus lares. La duquesa emanaba vida por donde pasara. Y su esposo la admiraba hipnotizado. Ella, definitivamente, le nublaba los sentidos.

—Es tan hermoso —musitó, acariciando con sus enguantadas manos las bellas rosas—. Se nota que la persona encargada del jardín, le tiene mucho amor a las flores.

—Más hermosa eres tú —susurró cerca de su oído. Eren besó con ternura la mejilla de su esposa—. El jardinero lleva muchos años encargándose del cuidado de las plantas. Y se ha esmerado en mantener los rosales radiantes, ya que estos eran los favoritos de mi madre.

—Comprendo —acotó, aspirando su dulce aroma—. Imagino que la duquesa los debió cuidar muchísimo. Por eso, si me lo permites, me encantaría ayudar al jardinero.

—Mikasa, tú puedes hacer todo lo que desees —sonrió—. Todo lo que está en esta casa te pertenece. No tienes que pedir mi permiso.

—Lo sé y te lo agradezco, pero no está de más el comentártelo.

El duque la observó, perdiéndose en su mirada. Sus pupilas brillaban, indicándole en su gesto que estaba feliz por lo que acababa de pedirle. Eren cada día aprendía a conocerla mejor, pues con la convivencia, ambos se compenetraban de mejor manera. Descubriendo que sus mundos estaban hechos para coincidir algún día.

El moreno se acercó a su mujer, tomándola por la cintura para pegarla contra su anatomía. La duquesa se sorprendió; no obstante, en segundos se relajó, pues imaginó lo que su esposo estaba deseando. Así que, llevó sus labios hasta quedar a escasos centímetros de la boca de su marido.

Eren sintió el cálido aliento de su respiración; aliento que lo cegó, ya que su boca era un elixir que necesitaba para sobrevivir. La vio cerrar los ojos y abrir ligeramente la boca; invitándole a besarla como solamente él tenía el derecho de hacerlo. Mikasa era un ángel que solo le pertenecía a sus manos.

Con posesividad cerró la poca distancia que lo separaba de sus labios. Uniéndose a los de su esposa en un apasionado y necesitado beso. Haciendo que el tiempo se detuviese, mientras sus lenguas danzaban de un lado a otro, explorando cada rincón de su cielo.

Besarse se sentía como acariciar la suavidad de las blancas nubes.

—La amo, duquesa de Cornawall —musitó sobre sus labios—. La amo más que a mi propia vida.

—Y yo a usted, duque de Cornawall —afirmó, dándole un casto beso en la boca, luego de acariciarle la mejilla—. Te amo, esposo.

El duque la tomó de la mano para seguir caminando juntos por el inmenso jardín. El cual parecía no tener fin. Algo que a Mikasa le encantaba, pues ella amaba mucho la naturaleza.

La pareja siguió su recorrido en silencio, mientras admiraba la belleza del campo que los rodeaba.

Eren llevó a su esposa a descansar bajo la sombra de un frondoso árbol, ya que habían caminado por un largo tiempo. Minutos que se pasaron volando, pues la duquesa aprovechó para contarle cómo seguía la historia que comenzó el día que llegaron a la mansión. El duque se sentó con la espalda apoyada al tronco, para que su esposa pudiese sentarse en medio de sus piernas. De esta manera, ella podría recostarse sobre su pecho. El moreno la abrazó por la cintura y ella se acunó entre sus brazos. Su intimidad cada vez se hacía más grande.

Mirada esmeralda [EreMika]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora