Capítulo 1

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Londres, 1855.

La mañana era preciosa, el sol iluminaba con sus rayos dorados los verdes prados y las aves amenizaban un espléndido concierto con su canto, las flores embriagaban con su exquisito aroma y el viento hacía danzar hasta las ramas más gruesas de los frondosos árboles.

La naturaleza siempre la enamoraba con su paisaje maravilloso.

Mikasa Ackerman era una señorita de diecinueve años que se encontraba como debutante en su primera temporada. Según los códigos de la aristocracia debía haber sido presentada ante la sociedad al cumplir los dieciocho años, pero su madre, una mujer fuerte, noble y sabia, quería que la joven esperara.

La azabache era la única hija del conde y la condesa de Jersey. Un feliz matrimonio que la había criado con mucho amor y respeto, inculcado en ella todos los valores morales que una señorita bien educada debía conocer, fue así como le enseñaron que una mujer también tenía opinión en una relación. Ella no necesitaba ser un hombre para ser escuchada, ya que un matrimonio se consolidaba a base de confianza, lealtad y cariño.

Su madre junto a su padre, habían decidido que este sería el año en el que su hija debía desposarse. La fila de pretendientes que deseaban cortejarla era inigualable, pero el afortunado debía ser impecable. El conde no confiaría el mayor de sus tesoros a cualquier desalmado, sin importar el título nobiliario que estuviese ostentando.

La temporada recién estaba comenzando y ella solo rezaba por tener un casamiento mejor o igual al de sus queridos padres.

—Disculpe, señorita, su madre la está llamando —informó su doncella al ingresar en su habitación. La encontró de pie, en el balcón, observando el hermoso paisaje del jardín.

—Sasha, muchas gracias —respondió dibujando una enorme sonrisa en sus labios—. ¿En dónde está mi madre? ¿En su alcoba?

—Oh, no, señorita. La condesa la está esperando en el jardín. Desea que tome el té con ella —comentó mientras se acercaba a la azabache para ofrecerle sus servicios—. ¿Desea que la ayude a peinar su cabello?

—Por favor —ingresó nuevamente a sus aposentos, le sonrió y se sentó en una butaca frente al tocador—. Eres muy amable, Sasha.

—Mi trabajo es acompañarla, no tiene que agradecer.

Mikasa suspiró y concentró su mirada en el reflejo que le brindaba el amplio espejo. Su dama de compañía era una chica muy simpática y amable, quien desde que había sido asignada a su labor la había cuidado como lo haría una hermana mayor. La azabache se sentía agradecida con su presencia pues tenía muy pocas conocidas, y a Sasha la consideraba lo más cercano a ese preciado vínculo llamado amistad.

Cerró los ojos cuando recordó que este año debía casarse, imaginó que esas serían las últimas veces que su doncella le cepillaría el cabello. A no ser que su madre y ella aceptaran una propuesta que le venía rondando en la cabeza.

—Sasha, ¿has pensando en casarte? —inquirió sorprendiendo grandemente a la muchacha, quien dejó por un momento peinarla—. Eres muy bonita y no dudo que algún joven estuviera interesado.

—Gra-gracias, pero nunca lo he pensado. Además, mi tiempo ya ha pasado, a mi edad ninguna mujer consigue marido —dijo regresando con tranquilidad a la tarea que estaba realizando. La castaña era consciente que a los veintitrés años a lo único que podría aspirar era a convertirse en la nana de los hijos de su señora, si ella, claro, quisiera llevársela—. Mi trabajo es acompañarla hasta que usted salga de esta casa felizmente casada.

Mirada esmeralda [EreMika]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora