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.La oscuridad estaba en su máximo esplendor. Densa, fría y escalofriante. La hora ideal para sucumbir en el amor.
Porque lo lúgubre invitaba a la pasión.
—¡Ay! Sigue, por favor. Sigue así —gimió, apretando el cuello de su marido que yacía metido en medio de sus piernas—. E-Eren.
—Quiero que grites para mí —exigió, metiendo los dedos en su cavidad. La humedad de su mujer lo hacía desfallecer—. Duquesa, usted es exquisita.
—E-Eren, yo... ¡Ah! —gritó sin pudor. Expulsando sus fluidos en la boca de su marido. Él los bebió sin reparo, absorbiendo hasta la última gota que salió de su interior.
Mikasa alcanzó la gloria con la calidez de sus labios.
El duque sonrió con lascividad; lamiendo sus dedos, mientras salía de su intimidad. Estar ahí, metido entre sus piernas, era su perdición.
Ese era su santuario, donde diariamente debía ir a comulgar.
Eren se posicionó encima de su amada, ya que aún debía arrastrarla hasta el lago del infierno. Un infierno que ardía en deseo cada vez que se entregaban. Así que, rápidamente se montó en ella. Sin embargo, la duquesa tenía otros planes.
Mikasa se dio la vuelta. Dejando a su marido con la espalda sobre el lecho, mientras ella se sentaba encima de su cuerpo. Con lujuria pasó las yemas de los dedos por su pecho, dibujando pequeños círculos con ellos. Luego comenzó a balancearse cerca de su miembro. Arrancándole estruendosos gruñidos de sus labios, pues amaba observar la tortura que le provocaba con sus movimientos.
La duquesa había descubierto cómo enloquecerlo.
No obstante, el duque ardía en deseo. Su virilidad palpitaba, dolorosamente, al sentir cómo los glúteos de su amada rozaban su miembro. Así que, ya no quería soportar ese sacrilegio. Él iba a profanarla sin reparo y sin remedio. Enterrándose hasta la profundidad de su cielo. Llevándola de una vez por todas hasta el infierno.
Eren la sujetó por la cintura, levantándola en un solo movimiento para dejarla caer sobre su endurecido miembro. Ella gritó con todas su fuerzas, apretándolo por dentro para que sus paredes abrazaran el regalo que tenía metido en medio de sus piernas.
Mikasa adoraba tenerlo dentro de su cuerpo. Ya que su alma se liberaba para fundirse en una sola con la del hombre que tanto amaba.
El duque posó sus manos en sus pechos; apretándolos con rudeza, mientras sus dedos pellizcaban los pezones que tanto anhelaba comerse. Su boca salivaba por morderlos con sus labios. La duquesa se eclipsó con la mirada de su amado, pues sus pupilas brillaban de una forma única que solo destellaba cada vez que se entregaban. Ella sabía lo que él deseaba. Por lo tanto, estaba dispuesta a darle de beber del elixir que estaba precisando.
Mikasa inclinó su cuerpo, poniendo las manos a los costados para darle mayor acceso a sus senos. Él los tomó sin pensarlo, devorándolos a su antojo; mientras ella jadeaba. La duquesa estaba extasiada, perdida en el cúmulo de sensaciones que le provocaba. Así que, se comenzó a mover con fuerza. Brincando de arriba a abajo sobre su miembro. A ella le fascinaba ser tomada sin sutileza.
El duque se deleitó con sus pechos. Lamiéndolos y mordiéndolos. Dejando pequeñas marcas de sus besos; marcas que eran la prueba de sus deseos. Sin embargo, quería seguirla complaciendo. Cumpliéndole el capricho de sus anhelos. Llevándola, de una vez por todas, a las llamas ardientes del infierno. Su infierno.
Eren estaba por sucumbir y ella también quería hacerlo.
Jaeger le apretó las caderas, mientras hacía un vaivén con sus piernas. Levantándolas para penetrarla con rudeza. Mikasa estaba por perecer. Así que, echó la cabeza hacia atrás; contrayendo sus paredes para liberarse por completo. Ella alcanzó su cielo; un cielo que ardía bajo las llamas de una hoguera prendida en deseo.
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Mirada esmeralda [EreMika]
VampireEn sus caricias encontraría todo lo que una señorita bien educada no debería desear. Pero, ¿quién determinaba las normas de conducta cuando se encontraban en la intimidad? ¿Cuál era el secreto que guardaba bajo esa sombría y seductora mirada esmeral...