.
.
.La mañana se había pintado de risas y alegrías gracias a la llegada de los condes de Jersey a la mansión Cornawall.
Levi y Hange llegaron a almorzar y a convivir con sus familiares; ya que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron. La ausencia de su hija aún les provocaba nostalgia, a pesar de que ella ya llevaba varios meses casada. Sin embargo, eso no significaba que no la extrañaran. Sobre todo, la condesa; quien estaba dispuesta a aprovechar la visita para agasajar a su pequeña.
—Condesa, con todo respeto. Déjeme decirle que usted es una gran cocinera —espetó con sinceridad, el cocinero de la familia Jaeger. Nicolo estaba fascinado por la preparación que realizó la madre de su señora—. ¡La comida quedó exquisita!
—Gracias por el cumplido, eres muy amable —sonrió, complacida. A Hange siempre le había gustado que elogiaran sus preparaciones, ya que eso la motivaba a seguir experimentando—. Aquí te dejé anotada la receta y los pasos que debes seguir para prepararla —anunció, entregándole un pequeño pergamino con las instrucciones—. Ahora, ¡vamos a almorzar!
Reiner ordenó a todos los lacayos que llevaran la comida al gran comedor. El mayordomo había acompañado a la suegra de su señor durante el tiempo que cocinó; pues el duque le pidió que la asistiera a ella y a su esposa, personalmente. Braun, sin duda alguna, era los ojos de su excelencia en las tareas domésticas que se realizaban en la residencia.
El mayordomo era su sirviente de máxima confianza.
Hange terminó de limpiar el área que ocupó para cocinar, antes de marcharse a merendar. Ella siempre había ayudado a sus sirvientes cuando se metía a la cocina a cocinar; y en esta ocasión, no sería la excepción. Sobre todo, porque estaba consciente del desastre que hacía cada vez que se metía a la cocina. Nicolo intentó detenerla para que no realizara esta acción, pues era su responsabilidad y la de los lacayos de la mansión el asear el lugar.
No obstante, la duquesa le pidió a su cocinero que dejase a su madre realizar la labor, ya que nada de lo que le dijera haría que la mujer detuviera su acción. Ella era muy obstinada y nada la haría cambiar de opinión. Además, el que fuese condesa no la imposibilitada para que pudiese ayudar; ya que todos podían colaborar para exaltar un hogar, sin importar el título nobiliario que ostentaran.
—¡Se ve delicioso! —exclamó el duque, con emoción; al ver los platillos que preparó su suegra. Él estaba feliz de volver a degustar tan exquisita sazón—. Ven, mi amor. Te ayudo a sentarte —le dijo a su esposa, cuando la tomó de la mano para que se sentara en su asiento—. Estamos muy complacidos de tenerlos en vuestro hogar.
—El placer es nuestro —esbozó Levi, mientras caminaba hasta donde se encontraba su mujer para escoltarla hacia la mesa del comedor—. Querida.
—Muchas gracias por la caballerosidad, querido —musitó con cariño—. Solamente espera un momento, por favor. —La condesa le devolvió a Nicolo un pequeño pedazo de tela que le dio para que se secara las manos—. ¿Vamos?
El conde suspiró, entrelazando los dedos a los de su esposa para dirigirla al comedor. Ya que si él no la llevaba, ella sería la última en sentarse; pues no lo haría hasta cerciorarse que cada persona estuviese comiendo sus alimentos.
Hange, por su parte, sonrió. Afianzado el contacto de su marido. Quien la observó y asintió, indicándole que él también compartía esa misma emoción. La pareja poseía una fuerte conexión, la cual no necesita ni de un susurró para comprender lo que deseaba o lo que anhelaba el otro. Su compenetración era una prueba más de su amor.
ESTÁS LEYENDO
Mirada esmeralda [EreMika]
VampirEn sus caricias encontraría todo lo que una señorita bien educada no debería desear. Pero, ¿quién determinaba las normas de conducta cuando se encontraban en la intimidad? ¿Cuál era el secreto que guardaba bajo esa sombría y seductora mirada esmeral...