Maldito desastre

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Había pasado una semana desde que Rosé y yo dormimos juntas en mi habitación. Una semana que había sido una completa tortura. Yo había despertado al día siguiente con ella completamente abrazada a mí y cuando abrió los ojos y su mano rozó mi mejilla en una caricia supe que la atracción que sentía por ella no dejaría de crecer.

Yo me había acostumbrado a su presencia en mi casa y en el X a tal punto que me agobiaba. Nunca le había permitido a nadie estar en mis espacios privados, fue la mejor regla que me impuse, y ahora Rosé estaba pasando por encima de mis propias normas una y otra vez. Cada mañana ella despertaba con una sonrisa y me entrega una flor diferente. Yo sentía absoluta curiosidad por saber de dónde diablos las sacaba, pero ella siempre decía lo mismo "es un secreto". Pensé seriamente que las robaba a la vecina de enfrente que tenía algunas macetas en su balcón, pero ella me juró que eso era pecado y que jamás haría algo así.

Me había acostumbrado a preparar el desayuno para dos y a sonreír cuando ella se sorprendía cada día con los sabores de la comida. Me había acostumbrado a su beso en la mejilla antes de irse a preparar y a la firmeza y calidez de su abrazo cuando íbamos en moto a trabajar. Me había acostumbrado a verla deambular en la cocina de mi restaurante, a su risa contagiosa que hacía que el ambiente en el trabajo sea perfecto y al encuentro de nuestras miradas.

Me había acostumbrado a volver a casa junto a ella y a sentarnos en el sofá, con ella abrazada a mi, a ver la televisión hasta quedarnos dormidas. Me había acostumbrado a despertar en la madrugada y a llevarla en brazos hasta su cama y escuchar un suave "Buenas noches Lisa...". Me había acostumbrado a tener a Rosé cerca de mí y eso no era nada bueno. Cada roce, cada caricia, cada mirada, cada gesto... estaban siendo una completa tortura.

Esta mañana ocurrió igual que hace una semana. Desperté con un ligero dolor en el brazo. Intenté acomodarme pero sentí el peso de una aún dormida Rosé. Los rayos de sol que entraban por el gran ventanal del salón reposaban su luz en su rubio cabello haciéndolo brillar y dándole un color aún más hermoso.

- Rosé... - murmuré tratando de despertarla - Despierta... - sus labios emitieron un leve gemido y no pude hacer otra cosa que sonreír. - Vamos dormilona, es hora de despertar. - traté nuevamente esta vez moviéndola un poco. Ella lanzó otro pequeño gemido y se acurrucó en mi pecho moviendo su cabeza hacia arriba y mirándome a los ojos. Los suyos trataban de ajustarse a la claridad y de pronto se abrieron por completo, juro que fue lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.

- Tienes los ojos más hermosos que he visto. - su voz sonaba ronca aún. - Antes pensaba que los de mi hermano Jimin lo eran, pero no, definitivamente los tuyos son de arcángel. - sonrió.

- Gracias... - sonreí y ella elevó su mano a mi rostro y acarició suavemente mi mejilla, después acomodó mi flequillo y deslizó la yema de sus dedos por mis cejas para después pasar a mis ojos haciéndome cerrarlos, después por la punta de mi nariz y por último delineando mis labios. Maldita sea, ¿Qué estás haciendo Rosé?.

Noté una ligera punzada en el corazón cuando fui consciente de su cercanía y de que mis ojos no hacían más que mirar sus labios rojos. No, no y no. Apártate de ella, me dije a mí misma. Apártate antes de que sea tarde. Pero ahí estaba ella, con esa sonrisa y ese rugir de tripas que sólo podían indicar una cosa: hora de desayunar.

Como si me hubiera leído la mente ella se apartó, recogió y colocó el sofá mientras yo iba a la cocina y preparaba algo para desayunar.

- Oh, cielos Lisa. Sabe a... nubes - sonrió. Yo reí porque Rosé siempre hacía esto, decía algunas cosas que yo no entendía pero ella parecía completamente feliz con la comida y yo... bueno... no pudo negar que me gustaba verla así. - Me preparo en un momento y ya estoy lista para ir a trabajar. - dijo dando su último bocado.

A taste of HeavenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora