La ansiedad hacia mella en Luisa con fuerza. Habían salido en tren desde la estación más cercada dos días después de la llegada de Camilo y su familia; ese fue el tiempo que les tomó organizar todo: contrataron dos trabajadores para la finca de Don Alonso, y que luego atendieran los caballos de Luisa, a la vez que Emilia habló con las otras dos profesoras de la escuela para que suplieran sus clases y se quedaran con el dinero de esos turnos; Luisa realizó la venta que tenía prevista de los dos caballos de las primeras tomas que habían sido llevadas a cabo en el mismo año, por lo que tenían dinero más que suficiente para pagar los boletos del tren y darse el lujo de alejarse de casa un tiempo.
El problema para Luisa fue el momento en que vio las altas montañas de Encanto desde su posición en la parte posterior de la carreta que José había rentado, su pecho se sintió apretado, su respiración se aceleró considerablemente y podía sentir un frío interno calando sus huesos; su nerviosismo alcanzó a Emilia, quien rápido colocó una mano encima de su hombro y la otra la entrelazó con la suya, transmitiéndole una calma que internamente no sentía, pero que sabía que Luisa necesitaba.
La trayectoria fue silenciosa, incluso Pepe podía sentir que algo tenso colgaba entre los presentes, por lo que se había limitado a jugar con su muñeco de madera tallada y hacer el menor ruido posible, algo que Luisa internamente agradeció. Cuando llegaron al pie de la montaña, José cargó a uno de los burros que habían tirado de la carreta con el equipaje, cada uno de ellos montando en los otros restantes y dejando la carreta para ser recogida por un vecino del otro pueblo que era quien se las había retado, de todas formas nadie pasaba por esos lares.
Subieron en los burros, Luisa y Camilo guiando en camino, pues José nunca había ido y Emilia no había estado consciente de su entorno cuando subió por primera vez hacia seis años. Mientras ascendían, Luisa se preguntaba cuántas cosas habrían cambiado desde su partida, qué había pasado con su familia y cómo estarían los demás. Lo que más le preocupaba de todo era cómo serían recibidos ella y Camilo ahora que regresaban, después de sus tempestuosas partidas.
Antes de tener tiempo para siquiera pensarlo, los cinco se vieron en la cima de la loma, observando desde esta el pueblo; habían cambios visibles para Luisa: habían más colores, podía contar más casas y al parecer, habían dado mejor utilización a los terrenos aledaños, veía el huerto dos veces más grande y alcanzaba a divisar diferentes ganados pastando en la loma contraria.
Luisa no necesitaba que nadie le dijera que eso era obra de Mirabel, absolutamente todo tenía la marca de su hermana, y sonrió por eso. Sintió una mano pesada en su hombro, mirando a su izquierda, donde Camilo le sonreía mudamente y señalaba con la cabeza hacia el pueblo, una petición clara y, a la vez, el honor de ser ella quien declarara su regreso.
—Dolores, estamos de vuelta, vamos a veros —avisó Luisa, sabiendo que sus palabras llegarían a los oídos de su prima.
Avanzaron loma abajo con facilidad, la añoranza de las tardes en aquella área con Emilia golpeando a la pareja mientras descendían, pero no se detuvieron. Lo primero que Luisa vio fue a Osvaldo y sus burros, considerando que había evitado a propósito el descenso que la llevaba hacia la casa que Emilia nunca pudo vivir enteramente, el hombre se quedó atónito mirándolos, sin comprender del todo la imagen ante sus ojos, sino hasta que Luisa lo saludó de esa forma afable que tenía siempre, viendo como el pobre se desmayaba de la impresión.
Después de lograr despertarlo y disculparse por la impresión causada, Luisa se vio rodeada de los brazos del hombre, que le pidió disculpas por abusar de sus servicios durante años, le agradeció por su labor y le dijo que se le había extrañado mucho en el pueblo.
Luisa logró contener las lágrimas, agradeciendo por las dulces palabras y volviendo a trepar al burro, siguiendo su camino. Cuando entraron al pueblo, los ojos de todos fueron volteando hacia ellos, Camilo iba más carismático, saludando con la mano y una sonrisa a cuanta persona reconocía, dejándolos estupefactos, Emilia y José se mantenían detrás, ajenos a las miradas y con aire serio, hasta que Pepe pidió cambiarse para ir con ella y juntaron los burros para que el niño saltara, dándole con la mano en la barbilla a su padre sin querer, y haciéndolos reír, imagen que confundió a los del pueblo.

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Tus sentimientos en mí.
FanfictionTres años después de los acontecimientos de la película, a Encanto llega Emilia, quien ha huido de su pueblo después de quemar su casa con el cuerpo de su marido dentro, a quien mat0 en defensa propia por sus constantes abusos. Luisa se convierte en...