Epílogo

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El cielo se mantenía despejado y el sol brillaba alto, iluminando todo Encanto. Luisa ayudó a Emilia a bajar de la carreta cuando llegaron frente a Casita, sonriendo en el momento en que la casa les saludó con un movimiento de ventanas y puertas. Habían anunciado su visita para dentro de tres días más, pero las cosas se resolvieron antes en la escuela que Emilia dirigía desde hacía ya diez años, por lo que pudieron tomarse unos días de más y adelantar su llegada. Por un instante, Luisa observó el pueblo desde esa altura, viendo los cambios que habían ocurrido en los últimos 25 años.

La vida había cambiado mucho para todos, ahora las casas eran más estables, habían radios en todas las casas e incluso Dolores había creado un programa radial que se transmitía todos los días en Encanto para el disfrute de sus pobladores. Los colores y la alegría se desbordaba entre ellos, habían menos forasteros que en el pasado, ya casi nadie ajeno a Encanto estaba tan tentado de visitarlos, aunque para el mundo, los dones de los Madrigal seguían ocultos, y así era mejor; la avaricia humana era peligrosa, algo que su pueblo había aprendido desde los tiempos de la Abuela Alma, proteger a la familia y a Encanto seguía siendo prioridad.

—¡Ya llegaron! —el grito alegre de Dolores hizo sonreír a la pareja, que se giró para recibir un alegre abrazo de la mujer mayor que las había escuchado desde que atravesaron las colinas en mula y había estado esperándolas cerca de la puerta desde entonces.

—Un gusto verte de nuevo, Dolores —saludó Emilia, riendo por la forma en que Dolores se veía tan alterada.

—Debes relajarte, prima, pareces a punto de explotar —comentó Luisa, riéndose por la manera en que Dolores frunció el ceño, marcando de más las arrugas que empezaban a adornar su rostro.

—No me puedo relajar, mi hija se casa, Luisa, ¿entiendes eso? ¡Se casa! —se quejó Dolores, moviendo los brazos nerviosamente y empezando a caminar en todas direcciones.

—Te diré, primero déjanos entrar a la casa y ya luego veremos cómo cuidar de tus nervios —propuso Emilia, pasando un brazo por encima de los hombros de Dolores mientras avanzaban hacia Casita, con Luisa detrás cargando sus maletines.

Dentro de Casita parecía haber explotado una bolsa de colores, habían guirnaldas entre los postes y flores por doquier, incluso las alfombras habían sido cambiadas por otras más coloridas. Luisa y Emilia rieron ante los gritos que daba Isabela para apartar los animales de Toñito de las decoraciones, Camilo se limitaba a reorganizar unos tapices y reírse de su prima, mientras Mirabel guiaba a las personas del pueblo que habían venido a ayudar para que llevaran las cosas de un lado a otro. Mariano estaba hablando con la banda de música, cerca de donde Ignacio y Alma estaban colocando las mesas para las futuras comidas que pondrían.

Los trillizos Roberto, Rafael y Rodolfo, los hijos más pequeños de Dolores y Mariano, quienes ya tenían 24 años, les había sido dada la tarea de mover las masetas y organizar el patio para la fiesta. Como tenían el arte de ser increíblemente desorganizados, Julia, la hija más joven de Mirabel e Ignacio, había ido a supervisarlos, mientras que Alberto, el hijo de Toñito, ayudaba a su madre, Caridad, en la limpieza de las habitaciones.

Pedrito y Pepe, como buenos amigos que eran, les había sido otorgada la labor de cuidar a los más pequeños de la familia: las gemelas Sabrina y Susana, hijas menores de Toñito y Caridad, Pedritín, el hijo de Pedrito y Tomasa, y Alejandro, el hijo adoptivo de Pepe, quien nunca se había casado ni había mostrado interés en ningún tipo de romance, pero no había dudado en recoger al pequeño en uno de sus viajes fuera de Encanto, cuando sus padres tuvieron un choque automovilístico y murieron.

Luisa tenía que admitirlo, la casa Madrigal seguía siendo el centro de vida y algarabía en Encanto, quizás era por eso que solo la visitaba de forma vacacional. Ella y Emilia a lo largo de esos veinticinco años habían creado una vida tranquila y estable, la corriente de energía que abarcaba Encanto era agotadora y revitalizante a la vez, ambas lo admitían, pero solo podían soportarla durante algún tiempo, así que seguían declinando la oferta constante de Mirabel para que se mudaran de regreso a Casita.

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