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No podía parar de mirar esa pantalla. Era una adicta a los mensajes que aquella campesina de cabellos marrones le escribía.
¿Eso era el amor? ¿De verdad estaba ella dispuesta a hacer tales cosas por una simple persona?
La respuesta era un sí. Un sí rotundo.
Porque no era como en las novelas. No era el amor correspondido que ella se había imaginado. No se parecía en nada a aquello que ella misma había escrito en sus historias.

La hechizaba. Sus besos, sus caricias, sus palabras, aunque fueran frías y cortantes, la atrapaban en una red de felicidad de la que no podía salir.
Todo era estupendamente delicioso, como un buffet de una boda. Hasta que llegaron ellos.
Esas gentes que no aprobaban su romance. Esos que decían que una chica tan delicada con la heredera del trono no podía estar con alguien como esa pícara y reservada gata de pueblo.
Pero se querían. Se querían y aunque hubiera que mantenerlo como un amor entre susurros, lo harían. Lo harían entre las dos porque llevaban toda su vida esperándose. Porque había cosas que les molestaban de la contraria  y eso era lo que las hacía tan necesitadas la una de la otra. Sus diferencias. Sus expectativas como dos lesbianas virgenes primerizas.
La princesa escribía todas las noches para su amada. Le gustaban las cosas románticas, los textos largos y las rosas.
La aldeana no sabía expresarse bien y transmitía su amor mediante gestos. Solo sabía tomarse a broma los problemas y era una adicta a la tecnología. Pero eso estaba bien. Por que así la deseaba la princesa. 
Y se echaban de menos. Se echaban mucho de menos pero no podían verse por la condición de la princesa. Por que nadie podía entrar a esa jaula y lo único que la gata podía hacer era acercarse y no irse de su lado. Ella era el único motivo por el que la princesa no abandonaba a su pueblo. El motivo por el que la más joven de la corona seguía allí, en pie, para ayudar a quien lo necesitase.
Y por esa y muchas otras cosas estaban echas la una para la otra.
Por que ella y solo ella entendía a la grandiosa princesa De la Torre en sus ensoñaciones y tonterías. Ella era con la única con la que la princesa no se sentía utilizada y odiada.
Aquello era un sueño. Pero no sabía distinguirlo porque últimamente vivía un apocalipsis en el que no distinguía su realidad de sus sueños. Y por eso le daba miedo que un día desapareciera.

La princesa de la TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora