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Se retorcía entre las sábanas. Eran las cuatro de la mañana y la princesa estaba teniendo otra de sus pesadillas.
Estaban en el 2019. Sus compañeras de danza volvían a insultarla. La miraban como a el bicho raro. Como si fuera el patito feo. Se sentía fatal. Tenía ganas de vomitar y de gritar al mismo tiempo.
Ella la miraba fijamente y se reía. La princesa sabía que todo eso lo había provocado ella. Se reían de las cosas que hacía, se reían de sus peinados, de su comida, de su ropa, de su bolsa. De todo.
Estaban en uno de esos descansos en los que se quedaba a solas con ese monstruo. Agarró su comida y la tiró a la basura. La encerró en el cuarto donde se cambiaban mientras una pequeña princesa lloraba y suplicaba porque parara.
Cada día que iba se encontraba una nueva sorpresa. Sus medias rotas, el cartel con su nombre en la basura, las profesoras llamándola por algo que no había hecho, por ejemplo.
Gracias a los dioses consiguió salir de ahí. Salir de ese oscuro cobertizo que eran sus compañeras. Cuatro años tarde, pero lo logró.
Le dijo a la reina que era por la danza. Que no le gustaba. Pero no era verdad, no era absolutamente verdad.
La reina le dijo que era una vaga, pero acabo aceptándolo.

Un año más tarde, volvía a esa sensación. Sentía que sus compañeras se reían de ella. Que no la querían. Que tenía que fingir una sonrisa y una risa para que nadie sospechara que todo eso le afectaba y mucho.
La nueva individua era la soldado. Se reía por lo bajo y la trataba mal. Exactamente igual que ella.

La princesa de la TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora