No estabas en mis planes © [1.2]

10. El miedo es verdadero, pero el gobierno no lo entiende

Aleluya, aleluya. Cada una con la suya.

¿Me extrañaron? Yo sé que sí.

Muchas veces he creído que, cuando una pareja te presenta a su familia te está dejando entrar a una parte de su corazón más profunda que para cualquier otra persona. Que su interés por ti es serio. Te quiere lo suficiente como para querer que conozcas a las personas más importantes en su vida, y quiere que también seas parte de ello.

Ese mismo pensamiento lo tuve hace muchos años y pensé que era una de las mejores y vergonzosas experiencias que pudieras tener en tu vida, sin embargo mi realidad resultó ser totalmente diferente.

Chad me presentó a su familia y, bueno, no es necesario decir que hubiese preferido no conocerla nunca.

«Manifestando que esto sea diferente»

La puerta a mi lado se abre con delicadeza y giro mi cabeza hacia la derecha para ver el rostro sonriente de Carson. El pelinegro me estira su mano para bajar, pero el gesto es tan dulce que pareciera que mis nervios ya no existen cuando estoy cerca de él. Tomo una fuerte respiración cuando diviso la enorme casa. La familia de Carson está a poco metros de mí. A un abrir y cerrar de la puerta principal.

«Auxilio»

—¿Vamos?

Miro a Carson con un semblante tranquilo y a la mierda lo que dije sobre no ponerme nerviosa. Me estoy cagando de pánico. El pelinegro intenta sostener mi mano para caminar, pero como un gesto automático de mi cuerpo retrocedo dos pasos.

Carson frunce el ceño confundido ante mi acción.

—¿Sucede algo?

Entreabro la boca nerviosa.

—¿Estás seguro que quieres que me conozcan? Te repito que no estás obligado a presentarme a tu familia, Carson. No quiero que-

—Llevas diciendo la misma frase desde que salimos del departamento.

—No está de más decirlo otra vez. Una persona puede arrepentirse a último minuto.

Él niega con la cabeza.

—Alicia...

—No me mires así —lo acuso cuando reconozco su gesto dulce en el rostro.

Lo hace cada vez que demuestro un poco más de mis inseguridades.

Él se acerca a mí, eliminando la distancia que había puesto entre nosotros y sujeta mis manos, alzándolas para quedar a cada lado de nuestro cuerpo y entrelazar nuestros dedos. Su tacto es suave y delicado, me gusta. No sé qué espera para hablar, pero no me quejo mientras disfruto el calor de sus palmas con las mías.

—Tú me gustas —afirma nuevamente lo que ya sé.

Asiento, tímida.

—Lo sé.