Park Chanyeol sabe que corregir textos no es precisamente la ocupación más sencilla del mundo, no obstante, no va a negarse a hacerlo cuando recibe un correo electrónico equivocado donde un chico de palabras tan dulces como su persona le solicita ay...
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—No puedo creer que estoy en Francia. —Chanyeol lloriquea con los ojos brillantes, sacando un bufido en Jongdae.
—No puedes creerlo porque no lo estas, idiota.
Jongdae le arrebata la fotografía de las manos, donde aparece un intento de montaje que en realidad se asemeja más a un collage de preescolar: dos imágenes mal recortadas y sobrepuestas hacen a Chanyeol delirar, una es suya y la otra es de la Torre Eiffel.
—Al único que lograron engañar fue a Xing —resopla Jongdae—, y eso solo porque es miope.
—Déjame al menos ilusionarme. —El alto se cruza de brazos, echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y viajando a ese paraíso en rosa de Europa con el que hubo soñado discretamente—. Ah, si fuera millonario...
Podría estar con Baek disfrutando de pasear en el río Sena, caminar por las calles de adoquines, ir a los cabarets donde Edith Piaf se presentó.
—Deja de poner esa sonrisa demente, da miedo. —Jongdae se estremece en su sitio, exagerando una mueca—. Como sea, no es como si necesitaras millones, tonto, solo unos miles.
—No es como si los tuviera tampoco...
—Oye, maldito. —Jongdae le lanza una papa frita a la cara, causando que Chanyeol despierte abruptamente de su ensueño y agite las manos para alejar el proyectil no identificado, de una forma tan poco agraciada que Jongdae se pregunta internamente qué pudo haber visto su mejor amigo en ese chico.
—¿¡Por qué la agresividad!?
—Escucha. Si piensas en pedir la mano de Baek en un futuro, más te vale conseguir una estabilidad financiera primero.
—Yo... —En una pérdida de palabras muy intensa, Chanyeol finge no darse cuenta de su propio sonrojo que se ha extendido hasta las orejas—. ¡Eso ya lo sé!
—Isi yi li si.
—Déjame en paz.
Chanyeol se enfurruña en su asiento, optando por revisar los mensajes que le llegaron los últimos veinte minutos. ¿Veinte minutos ya charlando con ese tipo? Me merezco un premio, piensa a la vez que entra primero a la mensajería del correo. Este lugar se ha vuelto una especie de refugio, porque sabe que solo habrá e-mails sobre publicidad de la escuela, spam y mensajes para restablecer la contraseña de alguna red social, lo cual ignora en su totalidad; sin embargo, más allá de todo eso, siempre va a encontrar las conversaciones con su escritor favorito y novio estrella.
