Quien quiere su mano ©

Capítulo tres

Bien, si ayer arrastraba los pies como un zombi, hoy mi baba tocaba el suelo. Tenía las ojeras más grandes que en mi vida había sufrido, y unos ojos de muerto que asustaban a cualquiera. En el momento que mis amigos me vieron tras cerrar de un portazo mi casillero, se asombraron.

—¿Qué diablos te pasó?—cuestionó arrugando la cara, Greg sin tacto.

Resoplé hastiada de su falta de delicadeza.

—No dormí, quizás eso pasó—repliqué suspirando—, vi un programa anoche que me mantuvo despierta hasta la madrugada—mentí.

Amanda negó esta vez con la cabeza, sin haber intervenido todavía.

—Bueno, pero al menos habrás estudiado para el examen de biología, ¿no?—preguntó Greg, sacando de su casillero un par de libros—, este examen vale, creo, que más de la mitad de la nota.

—¿Había examen?—casi lloriqueé.

Amanda asintió con la cabeza, en silencio y apretando los labios.

—Con suerte quizás el profesor lo haga en parejas—acotó ella con voz suave, mientras se arreglaba los cabellos rubios y naturalmente rizados con una mano.

—En dado caso: ustedes han de estar juntos, como siempre ¿verdad?—les sonreí juguetona, mientras que Greg comenzó a revolverse incómodo, acomodándose la mochila varias veces, algo nervioso—. Me dejan por fuera, chicos. Está bien que tengan su relación y todo, pero no se olviden de mí.

Amando rio tan suave y dulcemente como ella acostumbra, riendo la gracia tomándola a simple broma.

Ella no tenía idea de que Greg estaba completamente loco por ella.

Éste me miró, casi queriéndome asesinar con la mirada.

Yo no pude evitar carcajear con descaro ante sus mejillas sonrojadas.

La campana me devolvió a la realidad como una tremenda cachetada; en lugar de oírla como el habitual e irritante "riiiing" que era, en cambio sonaba en mi mente como un: Reprobarás este examen, igual que todos los demás, y si no consigues la beca por deporte, ni por el carrizo la conseguirás por buenas notas. ¿Cuáles serán tus alternativas de estudio, entonces? ¿Ninguna? Quizá termine siendo cajera en un supermercado.

Quería golpear mi frente contra los casilleros, pensando en que diantres iba a hacer para no reprobar tan feo ese examen, que qué extraño, no estudié.

Mientras los demás alumnos se iban a sus respectivas clases, yo me quedé sola, pensando.

¿Habrá sido o no cierto ese mensaje...?

Me inquietaba, porque no sabía si exageraba.

Decidí ignorarlo, con la idea de que nada de eso volvería a ocurrir.

Me dirigí con paso firme al temido salón de Biología, donde todos estaban sentados junto a alguien, recién empezando a resolver el horroroso examen.

Suspiré derrotada.

El profesor Givenchi, me escrutaba con la mirada desde su escritorio, como debatiéndose si dejarme entrar o no. Finalmente, con un asentimiento de cabeza y gesto con el bolígrafo me indicó una silla vacía, casi al costado del salón.

Había un chico pelirrojo allí sentado.

Dios, no puede ser.

El profesor se puso en pie y nos entregó varias hojas de papel, que constituían un examen, que lucía, muy, muy, largo. Demasiado para mi gusto.