—Fue muy egoísta de tu parte no bajar las escaleras cuando llegaron tus padres—reprochó Janviére con un incómodo ceño fruncido, colgándose el morral del hombro, y pasando una pierna por encima de la bicicleta para acomodarse en ella—. En serio. A tu madre nada más le faltó echar fuego en cuanto me vio.
—No seas tan soberanamente cínico. Le encantaste más de lo que le puedo encantar yo en diez vidas—me crucé de brazos apoyándome ligeramente en el asiento de mi bici frente a él, sin llegar a sentarme—. Vi cómo te dio la tarta de tres leches y el vino tinto del 80. No mientas.
—¿No acostumbran las personas que reciben visita a ofrecer algo por educación?
—Mi mamá no me ofrece ni a mí su querida tarta tres leches ni cuando estoy de cumpleaños.
Janviére entornó los ojos y sonrió.
—No te creo. Parece una madre protectora y de las que consienten.
—¿De verdad apostarías por eso?
—No lo sé, pero sigues siendo culpable de no haber estado allí junto a mí—sentí de repente en mis manos la electrizante frialdad de las suyas, y vi en cámara lenta como me jaló con suavidad hacia él—. Parecías un muppet con esos ojos tan abiertos y mirándome desde las escaleras. Lo hiciste con toda intención, lo sé.
Iba a vomitar emociones color Barbie del estupor.
¿Desde cuándo me toca y me jala prácticamente hacia su pecho?
—Hoy hice muchas cosas con segundas intenciones y ninguna se me dio como quería, o al menos de la manera que esperaba—sonreí un poco analizando nuestra repentina posición de arriba abajo, como asimilando lo nuevo sin que se notara tanto—. Te juro que pensé que llegarían más tarde.
Él frunció sus cejas pelirrojas de nuevo y me interrogó con sus gestos pecosos.
—¿A qué segundas intenciones te refieres?—inquirió sin inocencia con una sonrisa y con más confianza de la que normalmente tiene. Esta vez incliné la cabeza de lado ya estando muy extrañada de lo que decía y hacía, entonces acorté distancias para tocarle las mejillas y verificar si estaban calientes.
—¿No aguantas mucho el alcohol o sí?
—Qué va. ¿Por qué lo dices?
—Aunque no has dicho ni hecho mucho, ya pareciera que no eres tan inocente como lo aparentas.
—No tenía idea de que aparentaba tal error.
Yo alcé las cejas en respuesta a la sorpresa.
—¿Qué dices?
Janviére una vez más contempló mis ojos como si realmente fuesen algo interesante. Descendió la mirada y luego volvió a la mía, sonriendo de a poco, para alejarse unos centímetros de mí cruzándose de brazos. Apreté un poco la mandíbula controlando el trago grueso de saliva que me iba a bajar de sopetón en la garganta. Ese gesto confianzudo suyo y completamente nuevo para mí me desarmó por un segundo.
—Te voy a dar un consejo si lo que quieres es reconocer a una persona carente de inocencia—metió las manos en los bolsillos de su suéter, con una sonrisa ladeada motivada por un interior lleno de pensamientos imposibles de leer—. Mira sus gestos. Si alguna vez se muerde los labios, se echa el pelo hacia atrás a menudo, o le notas simplemente impaciencia o ansiedad, probablemente esté con una belleza a su lado y su mente no esté siendo demasiado coherente ni tampoco inocente. Si ves que alguien no es ajeno a los libros de literatura, o al arte... te aseguro que no lo es. Y si ves a ese alguien dibujando a menudo cuando estás a punto de encontrártele, definitivamente no lo es.—se encogió de hombros antes de suspirar—.Al menos en mi caso es así.
Quedé confundida mientras lo veía iniciar camino en bicicleta de regreso a su casa.
Parpadeé.
¿Qué rayos había sido eso y en qué momento se habían intercambiado los papeles?
—¿Algún día dejaré de sentir sorpresa a tu lado?—le grité una vez que recuperé algo de compostura, y ya cuando él se había alejado un avanzado camino.
—¡Espero que no!
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Quien quiere su mano ©
Mistério / SuspenseA poco tiempo de la competencia deportiva más importante de tu vida, todo parece marchar tan normal. Tus amigos, tu familia, tu vida... un poco disfuncional o fuera de lo común, pero nada que no sea ordinario. La llegada un chico tan misterioso como...