Capítulo diez

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Mi cuerpo estaba pesado y mis ánimos no querían colaborar. Se me pasó por la cabeza que ésta sería mi nueva rutina; llegando como muerta en vida a la escuela. Enjuagué mis manos con cierta lentitud mientras sentía el agua del grifo recorrer mi piel. Levanté con cuidado la vista y me encontré con el reflejo de una chica agotada y triste.

Mi piel no tenía tanto color como antes y mis ojos ambarinos lucían apagados y tenían poco brillo. Mis ojeras persistían en volverse más intensas y hasta mi cabello comenzó a verse algo opaco. Suspiré sintiéndome horrible, y rebusqué en mi morral algún maquillaje que pudiese tapar mi cansancio.

—No, Juno. Ni el polvo ni el rímel más caro de Lancome podrán disfrazar lo horrorosa que eres—irrumpió la voz irritante de Rebecca, haciendo que detuviera en seco mi mano que ya estaba a punto de abrir el estuche de maquillaje—. No pierdas más tiempo ni dinero, querida, no te servirá. Ya eres bastante fea y no lo puedes arreglar.

—Vaya, ya me parecía a mí que llevabas mucho tiempo sin joder—resoplé, mirándola con fastidio por el rabillo del ojo, destapando el envase de polvo y aplicándomelo en la cara—. ¿Por qué no vas y molestas a otra persona? Ya de por sí tu vocecita de perra aturde, por si no lo sabes—reí un poco sin prestarle atención, pues estaba concentrada ahora usando el crayón de ojos.

—Pues ésta vocecita de perra, arrebató a tu novio de tu lado—sonrió con sus labios pintados de fucsia chillón—. Así que no pienso que aturda tanto como el desastre que eres tú.

—¡Ay! ¡Qué dolor que hayas estado con Ryan! ¡De verdad me duele tanto que creo que voy a llorar!—hice ademanes exagerados de abanicarme unas lágrimas inexistentes—. Me duele tanto que él se haya ido con una prostituta barata que me tiraré de un puente—repliqué con sarcasmo haciendo sonar mis palmas—. Y además... Me parece que el simple hecho de haberse degradado a ti, ya demuestra lo poco que él vale. Es decir; ya hay que ser de un nivel muy bajo para estar contigo.

Rebecca entrecerró los ojos, desafiante, con una sonrisa ligeramente esbozada.

—Insulta lo que quieras, adelante—invitó, casi sin darse por aludida por las ofensas—. De todos modos sabes que en todo, querida Juno, vas a perder, y no importa de qué se trate.

—Deja la ridiculez, ¿quieres? La vida no es una competencia. Y si quieres tanto la beca; tómala, es tuya. Tan sólo déjame en paz—suspiré irritada de sus infantiles ambiciones.

—A tus lindos padres no les agradaría mucho que echaras por la borda la oportunidad de ir a Yale ¿cierto?—inquirió con voz filosa, mientras acomodaba su cabello y se sentaba en el granito del lavabo contiguo en el baño. Dejé el camino del brillo de labios a medias en mi boca, mientras dejaba de mirarme a mí para mirar el reflejo de ella en el espejo, que me sonreía siniestra, como la puta que era.

—Supongo que a ningún padre le gustaría eso—respondí como no queriendo demostrar que Rebecca podría estar teniendo razón en algo de lo que se había enterado no sé cómo. Me sentí intrigada. ¿Por qué habría ella estar sabiendo mis problemas familiares?

—Ah, eso es cierto. Pero a tus padres en particular ¿eso les repudia como demonio a agua bendita, no?—apoyó su mentón en la mano, con frialdad—. Pretenden quitarte algo que amas si no haces lo que ellos quieren. Y creo que esa es la mejor manera de desmotivar a alguien. Así me dejan el camino libre, y podré humillarte cuando quiera.

Tragué grueso y no me atreví a mirarla de frente. Al momento que un desconcierto y misterio comenzaba a envolverme. Arrugué el entrecejo, confundida y bastante incómoda con la conversación. No me importaban los insultos, de hecho me valían mierda porque venían de ella, pero me descolocó el hecho que ella supiera de mi situación. De algo que hablé en privado con mi madre.

Quien quiere su mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora