El camino de la escuela hacia mi casa no fue demasiado largo, y menos cuando andábamos en bicicleta. Sentí que vivía otra vez aquel momento en que chocamos y yo invadí su espacio personal para curarlo, sólo que la diferencia era que hoy manejábamos sin estrellarnos el uno contra el otro. La brisa era más fría de lo normal y me resultó curioso, pues el verano estaba próximo.
No era necesario hablar siquiera, su compañía era lo bastante amena como para estar en silencio sin sentir ni el más mínimo grado de incomodidad. Así era él y lo comprendí, un simple silencio tranquilo. Ni inquietante ni desagradable, sólo quieto y pasivo.
Cuando llegamos a mí casa él se detuvo frente al jardín sólo para contemplar de a ratos mi humilde morada. Soltó un silbido sutil de asombro, aunque su cara era inexpresiva. Paseaba la vista por donde se hacía el resonar de las hojas de los árboles que rodeaban mi casa, y se mostró agradado por sentir el barullo tranquilo que despedía mi hogar.
—Qué lindo—se limitó a musitar, manteniendo la mirada en las paredes de la entrada revestidas en mármol, y bailó la vista hacia las paredes blancas que coronaban con las grandes ventanas del segundo piso. Se veía algo absorto en la estructura de mi casa, y fue raro porque nunca experimenté con ninguno de mis amigos ni con los compañeros de estudio que traía a casa a trabajar, que les gustara tanto mi hogar. Solían asombrarse por lo grande que era, y hasta me habían dicho que vivía en una mansión, pero jamás noté que alguien detallara tanto cada finura de la residencia—. ¿Acaso tus padres trabajan en la mafia o algo así?—preguntó de repente y me descoloqué.
Pero no pude más que reír.
—Claro que no, tonto. Sólo son empresarios—reí pero le resté importancia, y lo guié a que entrara conmigo. Él se dejó llevar y ajustó el tirante de su mochila sobre su hombro, y permitió que lo encaminara—. Pero los ricos son ellos, no yo. No te equivoques—le aclaré apuntándolo con el dedo como si le estuviese amenazando.
Nos adentramos y él quedó más asombrado todavía.
—¿Estás segura?—volvió a interrogar, embelesado por la exquisita decoración del interior. Se lo debíamos a mi madre. Era ella quien tenía esos caros gustos a lo Coco Channel. Porque si fuese por mi papá o por mí, tendríamos un simple sillón y una tele. Pero mi madre jamás se limitaría a eso con su altivez de reina, ella tenía que vivir y darles a sus hijas un ambiente de palacio. No siempre me sentí cómoda con ello, pero luego me acostumbré.
—Pues claro—me encogí de hombros, y le sugerí que se sentara, mientras que con lentitud él lo hizo siguiendo distraído por mi casa. ¿Piensa ser arquitecto o diseñador de interiores, o qué?—. Sí quieres límpiate la baba mientras busco la laptop y las hojas, ¿te parece?
Él frunció las cejas y volvió a la realidad. Se limpió el mentón por impulso y se percató que no había nada, me miró con cara de pocos amigos y yo me eché a reír. Entonces él asintió y dijo: —Adelante.
Subí las escaleras hacia mi habitación y cuando vi el batallón de la segunda guerra mundial que se había desatado en mi habitación, me hice una nota mental de no permitir por ninguna circunstancia ni razón que Janviére llegara a ver ese... cuchitril.
Tomé mi laptop adornada con stickers de Rihanna y raquetitas de tenis, varias cartucheras y lápices, y un par de hojas de papel. Bajé corriendo hacia la sala de nuevo y coloqué todo sobre la mesa.
—Quizás hagamos de todo menos estudiar—reí más para mí que para él, un poco tonta y con mejillas rosas, acomodando los papeles y sin esperar su respuesta. Aunque vi como él frunció las cejas y sonrió sin entender, yo estaba a punto de quedarme muda cuando un estruendo de pasos pequeños resonó en la escalera de caracol de la sala. Ánika venía, gritando mi nombre entusiasta.
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Quien quiere su mano ©
Misterio / SuspensoA poco tiempo de la competencia deportiva más importante de tu vida, todo parece marchar tan normal. Tus amigos, tu familia, tu vida... un poco disfuncional o fuera de lo común, pero nada que no sea ordinario. La llegada un chico tan misterioso como...