Capítulo 12

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Heeseung: —¿Qué te gusta? Además de tomar fotografías, claro. —Preguntó.

Hanna: —Mmm... Bueno, la lluvia, oír como cae y golpea el techo. —Musité.

Heeseung: —Eso es relajante... y realmente bello.

Hanna: —¿Y a ti? Además de la música.

Heeseung: —Bueno, soy un poco intrépido, me encanta ir de aquí para allá, ya sabes, por eso me gusta viajar; ir por todo el mundo sería fantástico.
—La emoción brillaba en sus ojos, haciéndolos lucir realmente encantadores.

Hanna: —Egipto. —Dije.

Heeseung: —¿Disculpa?

Me reí.

Hanna: —Egipto es el lugar al que me gustaría ir, suena algo loco, pero... no sé, está tan alejado de todo esto, que lo veo como ese el lugar perfecto para escapar de mis problemas.

Heeseung: —Wow... eso suena bien.

Hanna: —Hubiese deseado tener las posibilidades de haberlo hecho cuando mis padres... —Me quedé a mitad de la frase, sintiendo de pronto algo que me raspó el pecho.

Heeseung: —¿Cuándo tus padres...? —Inquirió.

Hanna: —Murieron. —Musité.

Su expresión cambió, aquella bella y deslumbrante expresión de galán de pantalla fue sustituida por una cara de total ternura.

Heeseung: —Oh... lo siento mucho. —Su consuelo me hizo sentir inexplicablemente mejor.

Heeseung: —¿Quieres contarme o prefieres no hablarme del tema?

Me quedé en silencio un rato, y luego de mi boca comenzaron a salir las palabras sombrías.

Hanna: —Murieron en un accidente automovilístico. Un idiota conducía ebrio y se pasó la luz roja... mis padres fueron los que rindieron cuentas a la muerte. —La voz se me quebró, hablar de aquello no me era tan fácil.

Hanna: —Tres años de eso y aún me duele bastante. —Admití con un hilo de voz.

Hanna: —Hubiese deseado ir yo con ellos para morir también. —Mascullé.

Heeseung: —Oye. —Se paró delante de mí e interrumpió mi caminar, me hizo también alzar la vista para mirarle, su rostro estaba serio.

Heeseung: —No digas eso. —Me dijo.

Heeseung: —Las cosas suceden por alguna razón, si tú estás aquí ahora con vida es porque Dios quiere que lo estés.

En sus ojos había una dulzura que no me había topado desde que mis padres me daban mis presentes de cumpleaños o navidad, y que inexplicablemente me invadía todo el fuero interno y me daba una paz eficaz. Ese par de ojos marrón en los que me reflejaba me sacudieron el corazón y la tristeza que había en él, se alejó.

Hanna: —Gracias. —Murmuré.

Heeseung: —¿Estás mejor? —Preguntó.

Heeseung: —Lamento haberte hecho hablar de eso.

Cada que él me preguntaba aquello, no podía si quiera pensar en algún adjetivo negativo, no mientras tenía sus deslumbrantes ojos reflejándome a mí.

Hanna: —Estoy... bien. —Sonreí.

Heeseung: —Bueno, démonos prisa, supongo que mueres de hambre; pero antes prométeme algo. —Levantó una de sus cejas y la expresión divertida volvió a su bello rostro.

Hanna: —Dime.

Heeseung: —No estarás triste hoy, yo no lo permitiré. —Me dijo y enterneció cada célula de mi cuerpo.

Sonreí.

Hanna: —Prometido. —Musité.

Su sonrisa apareció en aquel rostro angelical y mi corazón se aproximó a mi pecho.

Heeseung: —Genial, entonces vamos. —Se colocó a mi lado de nuevo y me hizo caminar junto con él.

Minchae es muy, pero muy afortunada. Ahora sí que le tengo envidia.

Seguimos caminando y tras unos minutos, me mostró un pequeño restaurante propio de un hotel, y con mis torpes ojos y mi casi nulo aprendizaje del idioma italiano pude entender un letrero en la parte superior de la verde lona que decía Bonvecchiati. La primera reacción de mi cuerpo fue la sorpresa, aquel establecimiento es muy bello y parece de verdad costoso.

Heeseung: —Te encantará la comida, ya verás. —Me dijo, con el entusiasmo palpable en su voz.

Hanna: —Mmm... no es un poco. ¿Caro? —Pregunté, terriblemente avergonzada ya que no cuento con mucho dinero italiano en mi bolsillo.

Heeseung: —No encontrarás mejor restaurante que este, anda, ven. No te preocupes por el dinero. —Me sonrió y me tomó del brazo, algo que me erizó la piel allí en donde él la estaba tocando, haciendo que una vibra recorriera mi espalda.

Me jaló hasta allí y habló en italiano al mozo quien luego de unos segundos nos acomodó en una mesa cerca de la orilla de la terraza, en donde debajo cae un canal de agua.

Me senté en la silla que el mozo corrió para mí y luego Heeseung tomó asiento frente a mí. El mozo, un sujeto calvo y refinado, nos dio un par de menús y se retiró; inmediatamente hice un mohín al no entender nada en aquella carta color tinto.

Heeseung: —¿Qué quieres? —Me preguntó amablemente.

Mi mirada revoloteó una vez más por la carta ininteligible y la expresión de confusión saltó a mi rostro. La entonada carcajada de Heeseung rebotó en mis oídos con ese encanto inspirador propio.

Heeseung: —¿Qué tal si pedimos lasaña? ¿Te gusta? —Inquirió.

Hanna: —Sí. —Me sentí tonta y avergonzada y puse la carta del menú sobre la mesa, junto a la que Heeseung también había dejado.

Ordenó en italiano al mozo que de nuevo se acercó y desvié mi atención hacia las aguas del canal que se abre paso debajo de nosotros por todo el largo de la calle.

Heeseung: —Grazie mille. —La inconfundible voz de Heeseung me hizo voltear a mirarle y mientras le agradecía al mozo, escruté su bello rostro.

Sus ojos poseen un brillo especial, un brillo que opaca ferozmente al fulgor de las estrellas y seguramente las hace ponerse celosas; ya que este resplandor que sus ojos sueltan es tan bello y delicado y por supuesto, capaz de iluminar a toda una ciudad en tinieblas, también.

Sus labios rosados parecen el cojín de plumas bordado en seda de alguna realeza y al estirarse, forman una bellísima sonrisa de ensueño, como la de un niño tatuada en la cara de un galán de revista.

Su rostro es perfecto con ese tapiz de piel clara como las perlas, todo perfectamente proporcionado.

Heeseung: —¿Tengo algo? —Preguntó y me hizo aterrizar.

Heeseung: —¿Tengo algo? —Preguntó y me hizo aterrizar

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El manual de lo prohibido › Lee Heeseung ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora