Capítulo 48

2.7K 282 163
                                    

Heeseung me sujetó de la espalda, temeroso de que me caiga.

Hanna: —Usted señor, no tiene porqué tocarme. —Retiré su mano de mi espalda y le fruncí el ceño con un gesto mal hecho.

Heeseung: —Será mejor que nos vayamos, Hanna. —Sacó su billetera, y luego de ella un par de billetes que aventó sobre la barra.

Heeseung: —Quédate con el cambio, gracias por llamarme.

Hanna: —¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio permiso? —Lo miré, aún ceñuda y con voz torpe.

Heeseung: —Vámonos, Hanna.

Hanna: —Pues yo no me quiero ir. —Rezongué y luego me crucé de brazos.

Heeseung: —No seas ridícula, Hanna, vámonos. —Me instó a seguir caminando, pero me detuve y luego me tambaleé por el esfuerzo.

Heeseung: —Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré. —Me advirtió y me miró serio.

Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos el uno al otro; pero fracasé por completo luego de perderme en esos bellos ojos, protagonistas de mis sueños.

Hanna: —De acuerdo. —Farfullé.

Hanna: —Tú ganas, siempre ganas. —Hice un mohín y luego me di la media vuelta para dirigirme a la salida; algo que hizo que me mareara.

Pude sentir una firme y fuerte mano sujetándome por la cintura, y al reconocer la dulzura en el tacto, la piel se me erizó y un montón de mariposas se desataron en mi estómago. Maravilloso, incluso ebria y torpe, Heeseung provoca esas reacciones en mí.

Fruncí el ceño mentalmente.

Cuando llegamos afuera, después de esquivar a toda la gente, y que el aire me moviese los cabellos, quité de un tirón su mano de mi cintura y lo miré ceñuda.

Hanna: —¿Qué pretendes, Lee? —Mi voz me pareció incluso más torpe.

Heeseung: —Sacarte de aquí sana y salva, vámonos. —Apuntó el auto negro del que es dueño, animándome a que suba.

Hanna: —No. —Me crucé de brazos.

Hanna: —Ya me sacaste de allá adentro, ya déjame aquí. —Le hice un gesto con la mano para que se fuera.

Heeseung: —Hanna, por favor, sube. —Me rogó seriamente.

Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo aún cómo el suelo baila bajo mis pies.

Heeseung: —¡Hanna! —Exclamó, ordenandome que frene, pero lo ignoré.

Heeseung: —No seas terca.

Seguí caminando, o al menos intentándolo, y de pronto sentí como mis pies se despegaron del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaron.

Hanna: —¿Qué haces? ¡Suéltame! —Intenté luchar.

Hanna: —¡Lee Heeseung, déjame!

Pero mis intentos fueron solo fracasos.

Heeseung caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume varonil que me lleva a flotar en un paraíso, se metió por mi nariz, depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aún está fuertemente ceñida por su mano, me tiene aprisionada. Abrió la puerta del copiloto del auto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento, se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo.

Oí el chasquido del seguro al cerrar.

Hanna: —No soy un bebé. —Mascullé.

Entonces me miró, su bello rostro está a solo centímetros del mío y su respiración me golpea el rostro, sus ojos brillan con la tenue luz de las lámparas que entra por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.

El manual de lo prohibido › Lee Heeseung ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora