Capítulo 42

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Sentí como la respiración de Heeseung se alejó de mi cuello y cómo el alma se me desploma hacia el piso. ¿Minchae habrá visto...? El silencio me hizo pensar infinidad de cosas.

Minchae: —Esto si que está oscuro. —Dijo y luego las luces se encendieron de nuevo.

Estoy de espaldas a la escena, pero Minchae no parece nada sorprendida, molesta, ni muestra alguna señal típica de una persona que se siente engañada. Me giré y la vi en la entrada, con la mirada puesta en mí y maravillada por mi vestido. Luego divisé a Heeseung, quien también me mira absorto, como si estuviese fascinado y... a un metro de distancia de mí.

Me pregunto cómo logra alejarse tan rápido sin que alguien lo note cerca siquiera.

Minchae: —Te ves hermosa, Hanna. —Me dijo.

Hanna: —Gracias. —Musité, con la voz temblorosa.

Minchae: —Démonos prisa. —Me instó, haciendo también un gesto con la mano para que salga por la puerta.

Minchae: —Vamos amor. —Le dijo a Heeseung.

Tomé mi abrigo y no le dirigí ni siquiera una mirada a Heeseung en el camino, mejor dicho, una mirada que él llegase a notar. ¿Qué demonios ocurrió hace unos instantes? Hubo un acercamiento demasiado... demasiado... lo que sea. A fin de cuentas, fue demasiado para mí.

¿Es que él no se da cuenta de lo que me hace? ¿Y cuando lo hace acaso piensa en Minchae? Esto está sobrepasando los límites, Heeseung no es un patán, no sé por qué se comporta como uno.

Especulé durante los cuarenta y tantos minutos que se tomó el viaje hasta la dirección que Minchae llevaba anotada en letra manuscrita en un papel doblado en cuatro.

Heeseung: —Aquí es. —Anunció.

Dirigí mi vista a través de la ventana de la Hybrid, en donde un hermoso jardín se expande gloriosamente en el exterior de un salón de eventos, del cual vislumbran luces, reflejándose en los cristales de los grandísimos vitrales de la casa. Bajamos de la camioneta después de que Heeseung la estacionara en el aparcamiento del jardín.

Miré maravillada a mí alrededor, vaya celebración para un cumpleaños.

El pavoroso vestido, y los tacos altos de color plata me dificultaron un poco el andar, no estoy muy acostumbrada a esto.

Minchae tomó el brazo de Heeseung y por el otro lado me tomó también a mí; y juntos nos encaminó hacia el interior de la casa.

Me quedé sorprendida cuando divisé la decoración, si afuera es hermoso, cuánto más adentro.

Del techo cuelgan candiles enormes, hechos de cristal y pedrería, que reflejan poderosamente la luz y la proyectan en miles de colores danzantes. Las paredes, adornadas con pinturas de algún artista italiano, lucen acogedoras con ese color perla que las colorea, el suelo es blanco, de piso que jamás había visto; el lugar es grandísimo, y gente vestida de lo más elegante parlotea en pequeños grupos formados por tres o cuatro personas, con copas de cristal conteniendo vino, mientras que la música de fondo son hermosas melodías de piano.

Hanna: —Wow. —Musité sorprendida.

Heeseung: —Es... grande. —Concordó, viendo también los enormes candiles del lugar.

—Minchae, il mio diamante! —La voz ronca de un señor nos hizo voltear a verlo.

Es un sujeto de aspecto opulento, alto, y su cabello peinado luce algunas cuantas canas esparcidas entre el castaño.

Minchae: —Signor Rinaldi, buon compleanno! —Dijo, expandiendo su sonrisa para el hombre.

Sr. Rinadi: —Sono contento che sei venuto. —Dijo y luego nos miró a mí y a Heeseung.

Minchae: —Grazie por avermi, per me è stato un piacere.

Minchae: —Vogliamo introdurre il mio fidanzato Heeseung, e il mio migliore amico Hanna. —Contestó y luego nos acercó más.

Sr. Rinaldi: —È un piacere encontrali. —Nos saludó y como yo no entiendo nada, solo sonreí.

Sr. Rinaldi: —Minchae. —Dijo, volviéndose a ella.

Sr. Rinaldi: —Vieni qui, ci sono alcuni progetti che ho voglia di parlare. —La tomó de la espalda y la llevó entre la multitud, hablando con ella.

Hanna: —¿A dónde va? —Le pregunté, perdiendo de vista a Minchae.

Se encogió de hombros.

Heeseung: —Con su jefe, no sé. —Dijo como si nada.

Heeseung: —¿Quieres algo de beber? —Me miró.

Hanna: —Me gustaría, gracias. —Le sonreí con timidez.

No sé si quedarme con él a solas sea buena idea; después de lo que pasó no, sin duda no lo es.

Heeseung: —Está bien, siéntate allá. —Me señaló una mesa con sillas disponibles.

Heeseung: —Yo te la llevo.

Hanna: —Gracias. —Me di la media vuelta, pero luego me giré de nuevo.

Hanna: —¡Heeseung! —Pronuncié y él se giró a mirarme.

Hanna: —Sin...

Heeseung: —Alcohol, ya sé. —Sonrió y luego continuó caminando entre la multitud con tremenda elegancia.

Suspiré y me fui hacia donde él me indicó, me senté, un poco cohibida y luego me quité el abrigo, ya que la temperatura del interior es mucho más cálida que la de afuera. Miré a Heeseung en la barra y al instante desvié la vista.

Puedo sentir el amor que le tengo creciendo dentro de mí, como si fuese la luz de la aurora, que va de aumento en aumento hasta que el día es perfecto.

Volví a mirarlo, aunque no quiera, él es tan bello, tan elegante, tan perfecto. Frustrada aparté la mirada de nuevo, recordando lo que sucedió hace unos minutos, lo cual debe de tener una explicación lógica, él no puede sentir lo mismo que yo. ¿Verdad? Volví mis ojos a su figura, dándome cuenta de que cada esfuerzo por no mirarlo se convierte en un fracaso inmediato; es como si me tapara los ojos con las manos pero alcanzase a ver a través del espacio entre los dedos.

Suspiré y obligué a mi vista a posarse en otra cosa.

Divisé a mi lado izquierdo el cómo las parejas danzan un vals con la música a piano en la cual me perdí por un momento, en su baile.

Heeseung: —Aquí tienes. —Su voz me hizo volver y mirarlo, una vez más; está ofreciéndome una copa con un líquido rojizo y transparente.

Lo tomé y lo revisé, vacilante.

Heeseung: —Es agua de sandía. —Rio.

Heeseung: —Sin alcohol.

Hanna: —Gracias. —Dije aliviada y luego le di un sorbo.

Heeseung: —¿Quieres bailar? —Su voz de terciopelo chispeó de entusiasmo.

Hanna: —Ehm... pero... ¿Y Minchae? —Balbuceé.

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El manual de lo prohibido › Lee Heeseung ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora