¿Dónde hubo fuego, cenizas quedan?
Han pasado siete años desde que León y Gala tomaron caminos diferentes lejos de todo el drama en el que se vieron involucrados.
Sus vidas se vuelven a cruzar solo para enfrentarse a nuevos retos, secretos y todos...
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—Barry, mesa tres —anuncia Manu, mi compañero.
Camino como un robot, con la bandeja en alto, hacia el lugar donde me están solicitando.
Atiendo a la pareja, con toda la paciencia que logro reunir, ya que no se ponen de acuerdo con lo que quieren. Tengo que repetir en mi mente el porqué debo seguir trabajando.
Lo primero es que necesito el dinero, lo que mi padre me envía no es suficiente para sobrevivir. Por otra parte, solo trabajo los fines de semana en la noche. Esto permite que estudie sin ningún contratiempo, aunque mi vida social es prácticamente nula.
No es un problema para mí, de hecho, mi círculo se reduce a Leah y el "peor es nada".
Con todo esto claro, asiento a lo que sea que me dice la pareja con una sonrisa falsa en los labios. Al fin se deciden por una pizza, lo anoto en la libreta y me giro para desaparecer antes de que se antojen de algo más.
Este lugar es un pequeño restaurante donde las personas, en su mayoría, vienen a merendar o comer algo muy de noche. De viernes a domingo es cuando lo frecuenta más gente y es la razón porque me contrataron para esos días.
Es muy agotador, sobretodo por la cantidad de adolescentes indecisos que lo visitan. No me quejo de las propinas, además de que me permite olvidar por unas horas los problemas que enfrento a diario.
—Tienes que moverte, Barry —reclama Manu, chasqueando los dedos en mi cara—. Es mejor que vayas a atender a las demás mesas.
No replico, lo miro de mala manera y me dispongo a seguir trabajando. Entre estar de aquí para allá, tomando pedidos y respondiendo preguntas, las horas pasan volando. El dolor en las piernas me confirman todo lo que he trabajado, así como los bolsillos llenos de billetes de los comensales generosos que me tocaron hoy.
El alivio recorre mi sistema cuando veo que solo quedan algunas personas, y esta es mi señal para empezar a limpiar las mesas que están desocupadas.
Alguien entra al restaurante, es sigiloso y se sienta alejado de la puerta como siempre hace cuando viene. Me molesta su presencia porque sé que no podré descansar como tenía planeado.
Una compañera se acerca a él para tomarle el pedido, estoy segura de que solo querrá un café con leche. Él no está aquí como cliente, vino a esperarme para llevarme a mi casa o a la suya.
Desvío los ojos de Liam y me dispongo a terminar mi labor por esta noche.
Ayudo a los demás a ordenar, sacar la basura y guardar los utensilios en sus lugares para después dirigirme hacia los casilleros. Agarro mis cosas y, sin despedirme, salgo por la puerta trasera.
—Gala.
Me detengo al escucharlo y él me gira para que lo encare.
—Hola —saludo por cortesía, el cansancio me tiene tonta.
—Te estaba esperando, ¿no me viste? Ven, que te llevaré a tu casa.
Sin dejar que responda, me agarra de un brazo y me dirige hacia la otra acera donde tiene parqueado el auto.
La suavidad del asiento me hace suspirar de alivio. Joder, podría quedarme dormida aquí sin ningún problema.
—No me gusta que trabajes ahí —dice mientras conduce—. Creo que tienes potencial para un puesto mucho más... decente.
—No empieces, por favor. Ya te he dicho que esto es mientras tanto, hasta que pueda conseguir algo en mi área. No es tan fácil...
—Si es como doctora lo veo muy difícil —interrumpe deprisa—. Creo que te va otra carrera, algo como Comunicación o Negocios.
Recargo la cabeza en el cristal de la ventana y no me molesto en contradecir sus palabras. Es un caso perdido porque Liam es de las personas que creen que tienen la verdad absoluta en sus manos, que no se equivocan, que es mejor que los demás...
—No has ido de nuevo al gimnasio tampoco, sabía que eso iba a pasar —continúa hablando con reproche.
Los pensamientos que tanto traté de evitar se van acumulando uno a uno en mi mente. El rostro de León, sus ojos, su cuerpo. No entiendo cómo, pero su pelo está más claro de lo que recuerdo, más alto, mucho más musculoso.
La redondez aniñada de su cara ha desaparecido por completo, ahora luce como todo un hombre. Ha cambiado demasiado para bien, incluso la nuez de Adán la tiene más pronunciada, su mandíbula es toda una obra de arte.
Confieso que me quedé pasmada en el momento que supe era él, y casi muero de un paro cardíaco cuando me reconoció. No puedo creer que estuve toda la tarde babeando por León sin saber que se trataba de su persona. Estoy muy jodida.
Le dije a Leah todo esto, ella fue la que me aconsejó para que no volviera al gimnasio. He sopesado en estos días mis sentimientos por él y si en realidad debo esconderme por su culpa. Quizás esta es una oportunidad para probarme a mí misma y a él...
—¿Me estás escuchando? Es una inmadurez tuya empezar algo para días después abandonar.
—¡Déjame aquí! —exploto porque no aguanto un segundo más.
—¿Qué? Gala, estás loca...
—Sí, Liam, tienes razón. Soy una inmadura, sufrida, mediocre, y todos los defectos que siempre has mencionado —replico casi gritando debido a la impotencia y frustración que me hacen sentir sus palabras—. No entiendo cómo alguien tan perfecto como tú quiere salir siquiera conmigo.
Aprovecho que se ha quedado paralizado y salgo del vehículo deprisa. Él hace lo mismo mientras vocifera lo loca que estoy.
La brisa de la noche hace que se me erice la piel, así como el pensamiento de que estoy caminando casi a la una de la madrugada por una calle desierta.
—Vuelve aquí, sabes que no te voy a rogar.
Me detengo ante lo que ha dicho, me doy la vuelta y camino hacia él a pasos rápidos. Una sonrisa cargada de prepotencia y satisfacción adorna sus labios cuando me acerco.
Me detengo a unos centímetros de Liam, quien me observa con ese aire de superioridad que tanto odio. No sé por qué me permití llegar tan lejos con un hombre como él.
—Jódete, cabrón —remarco cada palabra al mismo tiempo que le enseño el dedo del medio para después darle la espalda y caminar lejos.
Espero que esta vez sea para siempre, prefiero quedarme sola a seguir aguantando sus insultos disfrazados de bondades.
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