¿Dónde hubo fuego, cenizas quedan?
Han pasado siete años desde que León y Gala tomaron caminos diferentes lejos de todo el drama en el que se vieron involucrados.
Sus vidas se vuelven a cruzar solo para enfrentarse a nuevos retos, secretos y todos...
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Bajo el cristal de la ventanilla y saco la cabeza para admirar mejor el paisaje que se abre ante nosotros. Una sonrisa boba se extiende en mis labios al percibir el aire puro y escuchar el canto de las aves. Me permito respirar profundo, lleno mis pulmones y luego lo vacío, esto provoca que me relaje por completo.
Fue bueno dejarlo manejar después de un tiempo, porque pude disfrutar del viaje y perderme en la armonía de la naturaleza.
La entrada, rodeada de árboles, llega a su final y nos encontramos con un espacio enorme lleno de establos, animales correteando por doquier, cercas y, a lo lejos, casetas que supongo son los puntos de encuentro.
La vegetación se expande tanto que el horizonte es un verde que no tiene fin.
—Hemos llegado, Sirenita —dice León mientras conduce hacia lo que creo es el parqueo—. Por ahora dejaremos nuestras cosas aquí hasta que nos ubiquen. —Asiento.
Encontramos algunos autobuses y camionetas estacionadas, pero hay lugares suficientes para nosotros.
—Es increíble —expreso, ensimismada, sin dejar de mirar a nuestro alrededor.
—Y esto no es nada para lo que nos espera.
—Qué oso, León, llegamos tarde.
Él me abre la puerta del copiloto y me ayuda a bajar, pero nos quedamos quietos en una batalla de miradas.
—Eso no es problema, deja de preocuparte —susurra y lleva una de sus manos hacia mi mejilla—. Me encanta cuando sonríes y eres feliz. Deseo verte así siempre.
Sus palabras provocan que la piel se me erice y que un sinnúmero de sensaciones me hagan temblar. El estómago me da un vuelco cuando se agacha y posa sus labios sobre los míos.
Me levanta un poco para su comodidad, y se lo hago más fácil porque encierro con mis brazos su cuello. Nos besamos con mucha pasión y deseo.
La brisa hace volar nuestros cabellos, pero no nos importa en lo absoluto. León posa sus dos manos sobre mi rostro, me ahueca las mejillas y hace maniobras con su lengua en mi cavidad bucal.
—Leonidas. —Nos separamos deprisa—. Disculpa que los interrumpa, pero el jefe te está echando de menos.
Nos separamos y mantengo la cabeza agachada por la vergüenza. Quiero que la tierra me trague.
—Ah, sí. Ya íbamos para allá —dice él de lo más normal—. Leila, ella es Gala.
—Mucho gusto, es un placer tenerte aquí.
Levanto la mirada ante la voz dulce y cordial de la chica. Está vestida con un uniforme parecido al de León, sus ojos oscuros son amigables al igual que su sonrisa.