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No es necesario dar explicaciones antes de empezar a narrar los sucesos que acompañaron a Jeon Jungkook durante meses enteros, porque así como las cosas parecerán confusas para quien lee esto, para él también lo fueron.

Jungkook era un joven de no más de veintiún años, su cabello era oscuro, largo y rizado, sus ojos no llevaban un color inusual, solo eran negros, anchos y bellamente expresivos, su figura era alta y esbelta, sus facciones suaves, tenía la mandíbula marcada y una piel lechosa casi perfecta. Era un hombre más atractivo que el promedio.

Él era hijo único, con dos padres que aunque fueron ausentes por cuestiones de trabajo, siempre le entregaron todo su amor tratando de apoyarlo en lo que les fuera posible.

Pero un día, una irreversible mancha negra apareció sobre el calendario.

No más de veinte personas estuvieron en la ceremonia, sin embargo, con esas pocas hubo un río de lágrimas amargas y gritos desgarradores.

La tortura no empezaría ahí, empezó al día siguiente, en una tarde fresca acompañada de un cielo despejado, prueba de que incluso tras la muerte el mundo sigue girando.

Jungkook volvía a casa tras pasar el día entero en el departamento de uno de sus amigos más cercanos, al entrar sus padres lo miraron apenados sin decir nada, no existían palabras que pudieran consolar un corazón roto, para quien el único analgésico era el silencio.

Su mente aún vivía en recuerdos confusos, intentaba repetir el día, pero las memorias de lo sucedido no llegaban, solo estaba él con el volante de la vida y la muerte entre las manos.

Al entrar a su habitación y cerrar la puerta, un rechinido en la cama le hizo pegar un salto, subió la mano a su pecho tratando de regularse los latidos y su rostro palideció al notar a alguien más adentro.

—Vuelves tarde —anunció ese alguien sobre la cama junto a una sonrisa divertida.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? —preguntó el dueño de la habitación con más sorpresa que miedo y corrió a la ventana para asegurarse de que el candado estuviera bien puesto.

—Fue fácil entrar cuando tus padres estaban afuera, tú mismo me regalaste la llave una vez, ¿no recuerdas? —respondió el contrario con despreocupación—. Descubrí que ellos nunca suben a tu habitación, así que solo pasé todo el día en la cama hojeando las revistas que, por cierto, deberías comprar otras, me aburren las noticias viejas.

—No deberías de estar aquí —susurró el pelinegro—, si mis padres te ven-

—No vendrán —el pelirrosa se puso de pie y caminó hasta él, sus manos recorrieron un suave camino sobre su pecho sacandole un escalofrío y al final se detuvo en sus hombros—, después del supuesto accidente no entrarían sin permiso, ¿no es así?

—No hables deliberadamente de ese tema, por el amor de Dios.

Las manos de Jungkook se dirigieron hasta su propia cabeza, le palpitaba, dolía como nunca y la voz aterciopelada del intruso solo aumentaba el dolor, quería que se callara, deseaba estar solo y deshacerse en llanto sin que nadie lo molestara.

—¿Por qué estás aquí, Jimin? —sollozó—. No deberías de estar aquí.

—Alguien está drogado, ¿verdad? —preguntó y el pelinegro se abstuvo de responder—. ¿El funeral fue entretenido?

El dolor punzó.

—Vete...

—Desde este momento nadie puede saber que vine a verte, te regresarás a tu departamento y comenzarás a acostumbrarte a mi presencia, ¿entendido?

—¿Por qué haces esto?

—Porque sé lo que hiciste y sé que tú destruiste lo que amábamos —una sonrisa amarga apareció en el rostro de Jimin—. Eres un asesino, Ggukie.

Y aquel fue el desencadenante de todo.

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Reminiscence | kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora