Reminiscence | kookmin

8

—¿Desde cuándo...? —la voz de Jungkook era apagada, Jimin había conducido la motocicleta todo el camino directo al departamento del pelinegro. 

—¿Qué pasa, cielo? ¿Pensabas que eras el único que sabía conducir aquí? —la motocicleta entró a una especie de estacionamiento, Jungkook se sostuvo de la cintura de Jimin por varios segundos y así permaneció hasta obtener fuerzas para levantarse.

Sintió el suave aroma de vainilla que la piel de Jimin desprendía, era un aroma tan débil que apenas percibía y aquello le hacía dudar.

¿Este es Jimin? ¿Desde cuándo? ¿Por qué?

Jungkook estaba agotado. 

—No pienses más —Jimin bajó de la motocicleta y ayudó al contrario—, las respuestas del pasado ya no existen, por lo menos no aquí.

Golpeó la sien del pelinegro con el dedo índice y comenzó a caminar a pasos largos hasta los escalones.

Jungkook se apresuró a alcanzar a Jimin, lo tomó con fuerza del brazo y lo aventó contra una pared sin medirse, el otro soltó un quejido suave que erizó la piel de Jungkook.

Jungkook quería acallar todo sonido que emitiera Jimin, por más mínimo que fuera, quería cortar su respiración y matar su existencia. Alzó el puño y lo estrelló contra el fino rostro del contrario, fue un golpe seco, un golpe sin reacción y que no infringió dolor.

Se sintió lento y débil, como golpear dentro de agua densa. 

Jimin solo regresó su mirada sombría hacia él y sonrió.

—¿Me golpeas?

Las manos de Jungkook temblaron de la rabia al no obtener lo que quería, al no hallar ninguna expresión de dolor en el pelirrosa, oh, él quería hacerlo sufrir de verdad.

—Tú —lo tomó del cuello de la camisa y lo presionó contra la pared—, no sé por qué mierda me seguiste, pero si dices algo estás muerto, ¿oíste?

—¿Y también me amenazas?

"Nadie te lastimará".

Había un zumbido doloroso. Jungkook soltó a Jimin y se alejó dándole la espalda.

La distancia no duró.

Manos frías de tacto delicado envolvieron su pecho y la brisa habló sobre su oído.

—Eres mío, Jeon —los dedos trazaron un camino hasta llegar a su manos, manos que Jimin acarició con dulzura—. Eres mío desde que tus manos sostuvieron ese volante y se llenaron de sangre... ¿No recuerdas que yo te vi?

—¿Por qué me haces esto? Soy inocente, no fue mi culpa —su voz se quebró—, soy inocente... no fue mi culpa... soy... soy inocente, Minnie, lo juro... soy inocente...

—Tú y yo sabemos que eso es mentira —la brisa relajante se convirtió en el siseo de una serpiente—, eres culpable, amor, no eres inocente. 

Soy inocente...

Soy inocente...

¿Soy inocente?

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