III: El mejor regalo atrasado de cumpleaños

54 19 110
                                    


¿A dónde podía ir una chica de quince años?

Miré el techo y las estrellas pintadas en él, supe que esa no era la pregunta correcta.

Imoan no podía considerarse como una chica normal de quince años, ella era la chica rica de quince años. Así que...

¿A dónde podía ir una chica rica de quince años?

Giré de nuevo, cambiando de lado en la cama. 

Esa noche no pude conciliar el sueño.

***

La tierra no come personas, a menos que sea en los mitos, pero por mucho tiempo dudé de qué tan acertado sería hacer esa declaración.

Porque, si a Imoan no se la comió la tierra, entonces tal vez fue desintegrada en el viento.

Nadie sabía nada, nadie encontraba nada.

Por un año, lo que respectaba a la menor de los Slovich fue una incógnita, un misterio que ni los mejores detectives lograron desvelar. 

Al año siguiente eso cambió, no para el mundo, pero sí para mí.

***

—Saldré a la ciudad un momento. —Tina cogió el sombrero del mostrador y se lo colocó en la cabeza, afuera llovía, y tendría suerte si lograba llegar al deslizador de su hija, aparcado a pocos metros del local, en una sola pieza y sin mojarse. Porque así como yo odiaba la oscuridad, Tina odiaba la lluvia. —No regresaré tan tarde, en caso de que haya un retraso cierras y vuelves a casa. ¿Entendido Nessa?

—A sus órdenes jefa. —sequé la humedad de mis manos en la tela gastada de mis pantalones y le sonreí, Tina también sonrió, revolvió mi cabello, tomó la bolsa de panecillos que preparó especialmente para sus nietos y se fue.

La vi correr en la lluvia a través del cristal empañado de la puerta, un hilo de aire entró con ferocidad voraz cuando Tina salió, los cascabeles colocados en las ventanas y sobre la puerta, tintinearon, se quedaron meciéndose por un largo rato hasta que volvieron a estar quietos.

Me quedé silencio un largo rato, acompañando a los cascabeles en su quietud, sin saber exactamente qué esperaba. 

Tina irrumpió la tranquila estancia con un mensaje.

Tina:

Asegúrate de terminar con los platos antes de que regreses a casa Nessa.


Le gruñí a la pantalla. Genial, platos de nuevo.

Llegué al lavadero y vertí demasiado jabón en el agua, causando una marea de espuma y burbujas, que no tardaron en llenar el local por completo. Necesitaba música, quería música, ignorando mis dedos llenos de agua y pequeñas explosiones blancas, saqué de nuevo la pantalla portátil y reproduje en aleatorio las canciones que Conann se encargó de buscar.

Ni bien terminé de escuchar la primera canción, un portazo agitó los cascabeles por segunda vez. El impacto resonó con tanta fuerza que sentí un escalofrío, acompañado de una sensación de alerta.

—Tina, ¿eres tú? —dejé de tallar los platos, el agua de mis manos escurrió mojando el suelo, creando charcos en las baldosas de la cocina. —¿Tina? 

—¿Hola? 

No, en definitiva no era Tina. 

La voz resultaba ser femenina, sin embargo, no correspondía a la dueña del lugar. 

IbrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora