Epílogo

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El hombre muchas veces ha intentado cambiar al tiempo, domarlo, ser su amo, pero, por el contrario, es siempre el tiempo quién logra cambiar al hombre, de distintas formas y maneras.

Tantas opciones.

Tantas posibilidades.

Tantos años.

Ver atrás no sirve, a menos que busques recordar lo que ya fue, lo que ya hiciste, sea bueno, malo, regular; de los errores se aprende, y, para llegar lejos, hay que cometer muchos.

Fracasar una vez, dos, y volver al camino.

Si tropiezas con una roca y caes, destrozas el obstáculo y avanzas, no importa si es gateando, arrastrándote, entre lodo y  aguas turbulentas. No.

Nada importa.

Si hay un camino entonces avanza, y si no, encárgate de ser quién lo cree. Quedarse en un mismo lugar es señal de derrota y perdición, y nadie que quiera ser alguien puede permitirse una derrota, al menos no por completo.

Una vez, una persona importante me enseñó que jamás se voltea a ver los retazos del pasado, o lo que queda al principio del camino. Valentine era su nombre, y tal vez, lo sigue siendo.

— ¡Mamá!

Detuve mi andar, parando cuando alcanzaba la décimo tercer vuelva a lo largo del pasillo que conectaba con el escenario, al cual, no tardaría en subir.

Sola.

Dándole la cara a una audiencia de conocidos y personas que no había visto nunca.

Abracé a mi hija. Nirla se enredó en mí con fuerza, apretando mi cintura con sus piernas, y mi cuello con unos brazos delicados, pero no por eso menos fuertes. 

"Tal como su padre." Pensé. Ambos igual, copias en géneros distintos. 

— ¿Mamá está nerviosa?— preguntó, directa, dulce.

Le besé la frente asintiendo.

— Nada va a salir mal, papá lo dijo, y si papá lo dijo debe ser cierto. — consoló, frotándose contra mi pecho. Acaricié su cabello, rubio pálido, apenas lo suficientemente largo como para llegar al final de sus hombros. Nirla odiaba peinarse, y Zhu odiaba ver a su princesa sufrir, así que, cuando Nirla pidió cortarlo Zhu fue de inmediato por las tijeras.

— ¿No deberían de estar en sus lugares? 

Zhu sonrió, acercándose con un bebé dormido en sus brazos, el cual le babeaba el traje por el estado de sueño tan profundo en la que había caído. Nuestro bebé, nuestro hijo, el segundo y también el último; Zeith, tan escandaloso mientras las energías lo llenaban, igualando a su madre, y pacífico cual lago calmo cuando se terminaba su recarga.

— Alguien quiere verte. — dijo, apartándose para dar paso a una figura gastada por los años y el tiempo. 

Todavía cojeaba, el desastre que Volka le hizo en la pierna no llegó a curarse, y el bastón con cabeza de cobra, pasó a ser su compañero de por vida.

— Profesor Federick. — saludé.

— Nessa Miller. ¿O debería llamarte Nessa Wen? 

— Usted... — sacudí la cabeza, despejando el sonrojo. — ¿Qué hace aquí?

— Vengo a vender patatas Nessa. — golpeó su bastón contra el suelo, poniendo los ojos en blanco y bufando. 

Sin duda ese viejo no cambiaba, y por el contrario, con los años su personalidad se hacía más agria.

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