VIII: ¿Dónde estás Nessa?

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Cinco continentes, más de treinta países, y cifras que alcanzaban los dos mil muertos en menos de una semana.

Las noticias rojas explotaron; cuerpos, muertos, víctimas, desastres, y, ninguna pista que desvelara la identidad de los culpables.

— Miller.

Giré la cabeza, deteniendo los círculos capciosos que trazaba con el lápiz sobre la pantalla, llena de ejercicios en blanco.

— No haz hecho nada.— dijo Zhu, empujando el par de lentes por el puente afilado de su nariz.

Mi mente divagaba lejos, omitiendo la mitad de sus palabras, y concentrándose únicamente en el verde de sus ojos, profundos, preocupados.

¿Cuánto tiempo llevaba sin dormir?

¿Horas?

¿Días?

Las ojeras sutiles debajo de sus párpados se marcaban con mayor color. Detrás de él, mi reflejo aún más cansado me devolvió una mirada opaca, tenue.

— ¿Qué tan grandes y numerosos deben den de ser los monstruos para asesinar de este modo?— la cifra de varios dígitos regresó a mi mente, y no era el final, cada día, en cada minuto, se sumaban más víctimas.

Zhu suspiró, bajando el libro que llevaba en la misma página dos días enteros.

Estaba mal.

Estábamos mal.

— Deja de pensar en ello, solo te hará mal.

La lluvia torrencial chocó contra la ventana con mayor intensidad, los días, junto al clima, se habían vuelto grises; por culpa de ellos, Zhu seguía atrapado en mí casa, la furia del agua evitaba que cualquiera avanzara.

— Afuera hay gente muriendo. En este momento incluso, los están matando.— una gotita se deslizó en el cristal, compitiendo contra otra que se frenó a la mitad del camino.

— Miller...

— Nessa. — mamá abrió la puerta, chorreaba agua y su expresión no era buena; ceño fruncido, cejas apretadas y labios rígidos; hablaba mezclando preocupación con miedo. — Tienes visitas.

— ¿Visitas? — desperté un poco. — ¿Con este clima? 

— ¿No será Goldmand? — sugirió Zhu.

— Mamá. ¿Vino Conann?

— No cariño, no es él. Ellas, —vaciló, jugueteando con la perilla redonda. —bueno, dijeron que las conocías. Están abajo, en la sala.

Me puse de pie, Zhu hizo lo mismo.

— ¿Ellas? — inquirí.

— Sí, dijeron que sus nombres eran Imoan, y...

— Valentine. — completé, recibiendo el impacto de un meteoro, que desencadenó en mi cuerpo reacciones y sensaciones irreconocibles.

¿Alivio?

¿Alegría?

Salí a trompicones, bajé las escaleras saltando la mayoría de escalones, tropezando casi al final, giré en el pequeño pasillo y avancé hasta la puerta final, empujé desesperada, y, entonces...

Las vi.

De nuevo.

Similares a los recuerdos y distintas, reales. Imoan seguía siendo un loto blanco y Valentine un vacío profundo, la única diferencia se hallaba en su color de tez, más cálida y bronceada que en el encuentro pasado. 

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