XV: Mi ama me ha ordenado

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— Caminen ancianas, la base debe estar cerca. — Ramiro se detuvo en un tronco caído, perdiéndose en el horizonte lleno de plantas, plantas, y más plantas. 

Si no hubiera pasado toda mi vida rodeada de vegetación, verdes y coloridos matices, seguro mi expresión sería igual, o mucho peor, que la de Shinoby. La Slovich llevaba rato pelando con las hojas frondosas, evitando que la tocaran, en su maleta, dos botes enteros de tamaño mediano del repelente ya habían sido vaciados, y de no ser por la intervención de Prada, el tercero hubiera tenido un destino bastante similar.

— Alto. — Linna olfateó el aire, y su gesto resultó más similar al de un animal que al de un humano entrenado. —Algo viene.

— Tres metros adelante, tamaño mediano. — Loid imitó a su hermana, alzando la cabeza para tener un mejor alcance. — Un humano... No, no es eso. 

— Un ibris. — Imoan se adelantó, superando a Ramiro y empujándolo al suelo, cortando el disparo que terminó usando de blanco las ramas superiores de uno de los árboles. 

— ¡Tontos! — una voz infantil llegó al mismo tiempo que una niña, aparentemente de no más de seis años, salía de entre la maleza. Vestía un uniforme azulado, cortado de más en las extremidades, su cabello, largo y desigual, se enredaba con ramas y hojarasca. — ¡Tontos humanos!— gritó acercándose, saltando de un lado a otro sin dejar de ver detrás de ella.— ¡Huyan! ¡Huyan lejos! ¿Qué hacen aquí? ¿No ven que su cuerpo va a matarlos? Las toxinas son más fuertes cerca de ella, deben huir. ¡Lejos! ¡Fuera!

Nadie se movió. La pequeña tiró de Valentine, lo intentó con Prada, y al ver que no obtenía resultados giró en su lugar, arrancándose el cabello de la cabeza, aplicando una fuerza desmedida.

— ¡Si la están buscando ya es tarde! ¡Toxinas! ¡Muchas toxinas! ¡No deben acercarse! ¡Ha colapsado! ¡Van a morir! ¡Todos! ¡Morirán todos!

Imoan ayudó a Ramiro, pidiéndole disculpas por su precipitado actuar con un murmullo, limpió sus propias ropas, quitando los recuerdos de la selva, adheridos a las prendas. Miró con interés al ibris que no paraba de saltar, intercambió gestos con Valentine y avanzó. 

La criatura paró su baile y conectó con ella, un choque de rojos y marrones. De tierra y sangre.

— Llévanos con ella.— dijo sin vacilar. 

El ibris parpadeó despacio, tomándose demasiado tiempo, arrugó el ceño apenas asimiló que no era una petición, sino una orden.

— Mi ama ordenó que nadie se acercara a la cápsula. — rugió, mostrando colmillos diminutos, de los que colgaban hilos y telarañas de saliva pegajosa. Un aroma maloliente surgió junto a sus palabras, y se intensificó conforme más chillaba. — Mi ama murió al intentar detener la explosión. ¡No vayan! ¡No! — sus ojos perdieron la pupila, consumiéndose por completo de un blanco perlado. — Voy a tener que matarlos si no obedecen.

— Llévanos con ella. — repitió Imoan.

Los rasgos humanos se perdieron, el sonido de huesos fue inconfundible cuando la piel se fundió, tragando cabello y partes vitales en la anatomía de un humano, pero no así de un ibris. Uñas largas ocuparon el lugar de los dedos, enterrándose en la base del dorso de la mano, afiladas, oscuras por las costras de sangre y pus, los ojos desaparecieron, y el cráneo se infló, alcanzando una proporción grotesca y desagradable a la vista. 

Imoan no se inmutó, manteniéndose serena en su posición.

Aguardamos a que el cambio ocurriera por completo, aguardamos y la espera se volvió oscura.

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