6. Ponte mi chaqueta.

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Y entonces comprendí que la vida no es una película. Las cosas no siempre salen bien. Las oportunidades a veces se escapan en cuestión de segundos y es difícil tomarse la vida desde los ojos de la esperanza. En ocasiones, la chica que llegaba tarde por decisión del destino, decide correr a más velocidad en el último minuto para coger ese tren, robándole esa oportunidad a la chica que jamás creyó que la tendría.

Y de nuevo estoy aquí, sentada en un segundo plano en una de las sillas que he cogido yo misma del gran comedor. El resto se encuentran grabando una y otra vez las mismas secuencias, cada vez me siento más inútil aquí. Es casi improbable que alguna de las chicas se vea obligada a abandonar el rodaje a estas alturas y mucho menos después de ver lo bien posicionadas que saldrán en el videoclip.

Alberto alza la voz para informar de que se rodará una última vez esta misma escena y pasaremos a la última, en la que todos debemos coger un coche para desplazarnos a la otra punta del estudio para tomar las del exterior. Es muy difícil no ver que a Layla se le van los ojos en varias ocaciones al paquete de su compañero de baile y yo quiero morirme de la vergüenza.

- ¡Corten! Bastante bien, muy buen trabajo -dice Alberto aplaudiendo.

Todos acompañan a sus aplausos al mismo compás y con unas sonrisas de satisfacción. Ander, por su parte, se limita a pasarse la mano por el pelo, haciendo que se le noten los increíbles músculos del brazo. Trago saliva.

Si esque eres tonta. Masoquista y tonta.

- Es hora del plato fuerte. ¡Quiero a todo el equipo de camino al exterior del estudio! Hay que montar todo el escenario y las cámaras, tendremos que ser un poco más rápidos o se nos echará la noche encima. Así que, no perdamos el tiempo y quiero todo el material en las furgonetas. Id en grupos de seis personas. Por otro lado, los bailarines y bailarinas iremos en los coches.

Todos asienten y en menos de diez minutos el decorado y todo el equipo audiovisual está desmontado y colocado en las furgonetas. Los trabajadores se dividen para subir en ellas para el desplazamiento y el resto esperamos a los coches.

- Bien, vendrán tres coches. Quiero a cuatro en uno, cuatro en otro y cuatro en el último -anuncia Alberto. Ander está cerca de nosotros pero quedándose en segundo plano.

Frunzo el ceño, porque pensé que incluso para esto preferiría coger un coche sólo para él.

O en una limusina.

Porque esa es la jodida sensación que da. Soledad y frialdad.

Aparece un coche Toyota de color rojo y Alberto sugiere que suban Meritxell, Michelle, Mariona y Luna. El conductor, un hombre con una barba bastante larga y frondosa, le hace saber a Alberto que en pocos minutos las dejará en el otro lado del estudio. En el siguiente, se suben los bailarines de Ander y me extraño. Es un coche de siete plazas, con lo que queda una plaza libre, que supuse que debería ser para Ander, pero él no sube y Alberto hace caso omiso.

Finalmente llega el último coche, el nuestro, un Mercedes de color gris. El conductor desactiva los pestillos de seguridad y Alberto nos invita a pasar. Se coloca en el asiento copiloto y Layla sube decidida a la parte de atrás, para colocarse junto a a ventana. Ander y yo damos un paso al mismo tiempo con la intención de entrar. Él se frena al instante y con la mano me indica que pase yo. 

Las damas primero, dice. 

Antiguo. 

Me siento y me coloco el cinturón de seguridad. Ander se sienta a mi lado y su olor inunda el coche por completo. Al colocarse el cinturón, me roza uno de mis pechos con su codo y noto mis mejillas tornarse de un rojo muy intenso. Intento ocultarme con ayuda de mi pelo.

Estoy temblando. Ha sido una tontería que ha durado un segundo. Pero qué segundo.

Aunque me convenzo a mí misma de que el poco tiempo que hemos pasado fuera esperando a los coches sin nuestras chaquetas, ha sido suficiente para que el frío del ambiente penetre en mi cuerpo.

Ander empieza quitarse su chaqueta como puede sin quitarse el cinturón y, con cada movimiento que hace, más profundiza su olor en mí.

- Ponte mi chaqueta -me susurra muy cerca de mi oído.

- Gra... gra... gracias -tartamudeo. 

- De... de... nada -imita.

Layla recibe un mensaje de su madre un poco preocupada y ella le contesta que no puede responder a todos los mensajes a cada rato. Pero aprovecha para contarle todo sobre qué está haciendo y cómo se lo está pasando.

Alberto empieza a hablar con el conductor y ambos se funden en unas tiernas risas recordando algunos sucesos anteriores. Ander saca su teléfono y abre la cámara.

Se hace un par de selfies mordiéndose el labio y yo le observo por el rabillo del ojo. Entonces, descaradamente, gira el teléfono hacia mí y le da al botón.

- ¿Qué haces? -le digo sorprendida y un poco enfadada. Sé que se supone que debería suplicarle una fotografía y que millones de chicas quisieran estar en mi lugar, pero no me ha pedido permiso.

- Hacerte un favor -responde seco, revisando la dichosa fotografía.

- No quería hacerme ninguna foto.

- Por favor, déjate de tonterías, anda -se queja-. ¿Tú sabes cuántas tías pagarían por ser tú ahora mismo? -esboza una sonrisa maliciosa y pone los ojos en blanco.

- Pues yo no. Fíjate tú -respondo firme. Y me siento aliviada que nuestro tono se mantiene bajo y que cada uno está entretenido con su tema.

- Sabes que algún día podrías ser mi conejita, si yo quisiera -dice alcanzando mi oreja. Y que para mi mala suerte, me hace estremecer.

- ¿Tu conejita?

- Mi conejita playboy -dice sin más, mirando por la ventana.

MALA FAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora