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Elliot

Antes del prólogo

— ¿En serio tenemos que vivir en esta puta y asquerosa ciudad? —grité a mí padre mientras manejaba.

— ¡Cuida tu lenguaje Elliot Hunt! Todavía eres un crío para hablar así —luego de eso negó con la cabeza y siguió manejando.

Me crucé de brazos y puse mi mejor cara de enfado, para que sepa que estoy en desacuerdo con mudarnos acá.

Katherine mira por la ventana, con una gran sonrisa en su rostro, como si no supiera lo que pasaba. Claro que no lo sabía, era una pequeña niña.

Mis ojos se aguaron e hice el mayor esfuerzo posible para evitar llorar en frente de ella, ya que a mi padre le molestaba que mencione a mamá frente a Katie.

Junté ambas manos y las apreté para mandar todo mi dolor y tristeza ahí, aunque después me quedarán rojas. Se hizo costumbre.

Pude ver una montaña a lo lejos. Me gusta.

A ella le hubiera gustado.

Cerré los ojos unos segundos y al abrirlos me encontré con una casa a mi lado. Tenía dos pisos y no era tan grande como la anterior, simplemente normal.

El camión de la mudanza estaba a un lado, los trabajadores bajaban y guardaban las cajas dentro de la nueva casa.

No veía las cajas con las pertenencias de mamá por ningún lado. Ahí guardé mi peluche.

— ¿Las cajas de mamá? —pregunté y me tembló el labio—. Ahí guardé unos juguetes.

— Olvídate de ellas, no las necesitas rondando por acá. Las guardé bien —dijo mientras revisaba unos papeles.

— Pero quiero mi peluche, el que me regaló ella —me puse firme.

— Tienes... ¿Cuánto? ¿11 años? ¿Y sigues con peluches? —negó con la cabeza y tragué saliva—. Ya eres un hombre, pórtate como tal.

Me di media vuelta y me marché.

Me encerré en el baño a llorar.

Quiero mi peluche de gato.

Quiero a mi mamá.

Quiero que ella me acompañe mañana a mi nueva escuela. Quiero que ella me haga el desayuno. Quiero que ella me dé mi beso de buenas noches. Quiero que ella esté viva.

Quiero muchas cosas.

Katie golpeó la puerta y la dejé entrar.

A pesar de tener como unos 3 o 4 años, es muy inteligente.

— "Peduche" —dijo sin poder formular bien la palabra y sonrió mostrando los dientecitos—. Pada Ediot.

Dejó ver un peluche de ella, una muñeca de trapo, antes era de mamá.

La tomé entre mis brazos y la abracé con fuerza.

— Huele a puré de calabazas —solté.

— Ji Ji —dijo.

Nos fuimos a dormir sin cenar, no teníamos ganas de comer, solo de dormir.

Desperté al otro día con el estómago doliendo y mi corazón latiendo a todo lo que da.

No estoy listo para esto.

Me vestí con una remera negra y unos jeans agujereados.

Papá me llevó hasta la escuela y solo me acompañó hasta la puerta.

— Suerte —me miró de reojo y sonrió levemente.

Solo pude asentir levemente.

Odio la cara de las personas, simplemente las odio. Todos son muy iguales y normales.

Desconocidos [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora