♱11: Protección

117 32 12
                                    

Lo que una vez había sido la casa de Frank ahora no era más que escombros y restos de muebles y ropa deshecha, a pesar que la estructura por fuera seguía igual, por dentro las paredes y puertas habían sido destruidas.

Los súcubos habían estado ahí, Gerard no tenía dudas. Entre más se adentraba en la casa más podía sentir su olor. Tomó una de las botellas que contenía el díctamo que hacía que pudiera ver en la oscuridad y avanzó por los pasillos delante de Frank, llevaba la espada alzada a la altura de sus hombros para atacar a la menor señal de alerta.

No obstante, ya no había nadie más en el que había sido el hogar de Iero. El brujo sintió un poco de lástima al saber que Frank había perdido eso también pero ya nada más que tratar de salvar su vida y la del mundo entero les quedaba por hacer.

Habían llegado muy temprano a aquel lugar, los rayos del sol que anunciaban un nuevo día aún no habían tocado la tierra, después de pasar la noche en una habitación de hostal que Frank había conseguido para ambos. El castaño había logrado conciliar el sueño pero para el brujo aquello no era necesario. Había vigilado por la pequeña ventana que todo estuviera en orden, y en aquel lapso de tiempo había permitido que sus pensamientos tuvieran un poco de rienda suelta.

Recordó las palabras de Mikey y su mirada esmeralda se posó sobre el cuerpo que descansaba con tranquilidad a pocos pasos de él. ¿Qué podría ser a lo que su hermano se refería? Por el momento no lo sabía, pero poder controlar sus emociones y ya no responder a la defensiva frente a Frank ya era un gran avance. De momento iba a dedicarse a protegerlo y ya después, que el destino se encargase de mostrarle lo que tenía deparado.

—Estamos solos —confirmó una vez recorrieron todo el piso inferior y salieron al tras-patio que estaban en frente de la casa—. Voy a vigilar desde aquí, tú ve y busca la reliquia.

—Está bien, Gee. Cualquier cosa gritas.

—No voy a gritar, Frank.

—Entonces, ¿cómo voy a saber si algo sucede? —Frank ya se sentía en total confianza con Gerard, estaba dejándole entrever con naturalidad su faceta tonta y descuidada, así como era en su día a día.

—Tú, agh, no te preocupes por eso. Solo encárgate de encontrar la reliquia para que podamos irnos, este lugar no es seguro.

—Está bien —dijo. Comenzó a andar pero a los pocos pasos se detuvo y se giró hacia Gerard otra vez, haciendo que el brujo girara los ojos con hastío—. Podemos conseguirte un poco de ropa ahora que estamos aquí...

—Así estoy bien, ahora por favor ve a lo tuyo —ordenó y a Frank no le quedó más opción que retomar su camino hacia la capilla de su hogar.

Pasó encima de escombros hasta llegar a dicho lugar y por más extraño que le pareció la capilla estaba exactamente igual. Entró con cautela después de empujar la puerta de madera y asomó su cabeza para comprobar que ahí no había nadie.

En la mesa que estaba al centro, habían un par de candelabros que aún tenían un par de velas en ellos. Rebuscó en su mochila un encendedor que solía llevar siempre con él y procedió a prender las llamas. Había polvo y telaraña por doquier pero no habían señales de que alguien más había estado ahí.

—¿Dónde dejaste la reliquia, Anthony? —susurró en voz baja—. Piensa Frank, dónde...

Su vista se paseó por todo el lugar pero no había nada que le dijera que el objeto pudiera estar ahí. Estatuas de yeso, una tras otra, cuadros de de vírgenes en las que su abuela creía y solo un cuadro al que su hermano y él le tenían un cariño profundo.

Era una foto de Linda, su mamá. La única foto que tenían y que su abuela había colocado ahí para que ambos pudiesen visitarla y dedicarle un lugar de paz. Se aproximó hasta el y lo removió de su pedestal en la pared, se apuró a retirar el vidrio y sacar la foto, le dio un beso y la guardó en su mochila.

—¿Encontraste algo? —preguntó Gerard desde afuera.

—Estoy en eso.

Frank se paró en la punta de sus pues y con la palma de su mano palpó la superficie de madera donde había estado el cuadro y ahí lo sintió. Apenas sus dedos rozaron el objeto una fuerte corriente le recorrió el brazo entero.

—¡Gee! ¡Ven! —gritó—. ¡Creo que lo he encontrado!

Se quedó quieto a la espera de Gerard, no pasó mucho cuando escuchó los pasos del brujo corriendo en su dirección.

—Está ahí arriba... solo la rocé pero su energía es asombrosa.

—¿Si?

—Absolutamente, pero tengo miedo de tomarla. No quiero desintegrarme aún.

—No, Frank, eso no sucederá. ¿Recuerdas lo que te dije acerca de la descendencia de los Dioses? —preguntó y Frank asintió—. Además estuvo en poder de Anthony y él pudo portarla. Estarás bien, lo prometo.

—De acuerdo, confío en ti.

Gerard asintió y sacó de su morral de cuero un trozo de tela grueso, teniéndolo listo para dárselo a Frank en el momento en que tuviera la reliquia.

Los dedos de Frank hormigueaban mientras su corazón latía con más rapidez. Respiró profundo y pudo jurar como escuchaba en sus oídos el oleaje del mar y aquel sonido le maravilló y le dio paz, una que no sabía qué necesitaba en ese momento.

Empujó su mano más adelante y tomó lo que creyó ser el mango de la daga. Una corriente de energía profunda recorrió su cuerpo completo y le hizo sentir más poderoso que nunca. El sonido del agua se incrementó y el color de los ojos avellanas de Frank se transformó en azul, tan profundo como el mar.

El brujo se maravilló también ante la creación  de la conexión con la daga, no cabía duda que esa arma contenía un poder demasiado único. Pudo admirarla unos instantes pero cuando alzó su vista del objeto, el cambio de los ojos de Frank le asustó. Lanzó la tela sobre su mano y le tocó el hombro, Frank aún necesitaba saber cosas sobre él mismo y su poder.

—Frank, toma la daga con la tela.

—¿Qué? ¿Porqué?

—Es mejor así —puntualizó y comenzó a andar hacia la salida.

Frank sintió como la energía disminuyó. Sus ojos volvieron a su color habitual, aunque él no lo notó. Envolvió la daga, era hermosa y sus colores parecían brillar incluso con la poca luz que había en la habitación. Decidió guardarla también en su mochila, gracias a que esta no media más de dieciocho centímetros alcanzó a la perfección.

Salió rápidamente siguiendo los pasos de Gerard.

—¿No necesitas nada más de aquí? Es hora que nos vayamos.

—Nope, estoy bien. Tengo todo lo que necesito.

—Bien, nos vamos.

—Pero, ya sabes, siempre podemos tomar ropa para ti.

—De nuevo con eso. Te he dicho que estoy bien —dijo Gerard comenzando a enojarse con Frank. Podía tolerar sus parloteos sin sentido pero que fuera tan insistente con ese tema lo estaba poniendo de mal humor realmente. ¿Es que acaso era tan difícil que lo entendiera?

—Solamente lo decía. No es que me moleste pero sino llamas tanto la aten...

—Me importa un carajo llamar la atención —le interrumpió y se volvió sobre sus pasos hasta estar muy cerca de Frank, lo tomó de la camisa y habló sobre su rostro. Los ojos de Gerard miraban directamente los de Frank y sus dientes estaban casi juntos a medida que pronunció cada palabra—. Lo único que debe importarte a ti es que visto de esta forma para protegerte con todo mi poder.

Y aquella afirmación dejó totalmente sin habla al jovial semidiós.


El Protector ➛FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora