♱18: El ejército de los Infieri

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El ceño del brujo estaba tan apretado que sus cejas parecían unirse en una sola, una arruga se marcaba por su nariz perfilada y sus ojos oscuros se paseaban de un lugar a otro sin parar.

El viaje a caballo había acabado y el manto espeso de la noche les cubría por completo, el camino que debían seguir ahora era sinuoso y lleno de árboles de apariencia tétrica, ya estaban en las faldas de la montaña y todo aquel peligro que se comenzaba a demostrar era para que los humanos no pudieran entrar a curiosear el camino hacia el hogar de los Dioses.

—Estamos muy cerca de llegar —musitó Gerard.

—¿Vamos a descansar? —preguntó Frank mientras veía como el brujo le quitaba las riendas y la montura al caballo, le acarició la crin y después le dio un suave golpe para que comenzara a galopar con libertad, ya no podía acompañarlos en su camino.

—No lo creo, Frankie —dijo—. Debemos continuar y llegar lo más rápido que podamos. Aquí ya no puedo utilizar mis hechizos de protección.

—Entiendo.

—Además… Me preocupa la facilidad con la que ahora pueden encontrarnos.

—¿Crees que nos están siguiendo?

—Puede ser, pero también puede que la daga esté haciendo lo suyo.

—Entonces, vamos.

—Espera, Frankie. —El brujo lo detuvo y lo jaló hacia sus brazos, abrazando al castaño por la cintura—.  Pasé lo que pasé voy a cuidarte, con mi vida si es necesario.

—No digas esas cosas, por favor.

—Necesito que lo sepas…

—Lo sé, Gerard pero no quiero escucharlo —dijo interrumpiendo al de cabello blanco. Colocó dos de sus dedos sobre los labios de Gerard y con su mano libre le peinó los cabellos rebeldes que caían a un lado de su rostro—. Me estoy muriendo del puto miedo y no quiero escuchar nada que se asemeje a una despedida, porque vamos a poder con esta misión, salvaremos al mundo y viviremos nuestra vida. Ya te lo había dicho.

—No quiero perderte, Frank.

—No lo harás. Eso sí puedo prometerte, seré tuyo por el resto de la eternidad —declaró y selló su promesa con un suave beso sobre los labios que tanto le gustaban.

El beso duró largos minutos, no querían separarse pero el deber de continuar adelante era mayor. Reanudaron el camino momentos después y tan solo unos pocos kilómetros después, las emociones dentro de Frank comenzaron a alterarse. El silbido de las hojas de los árboles y la espesura de la oscuridad lograron ponerlo nervioso, de alguna manera escuchaba un suave susurro cada vez que daba un paso y eso, sumado a la presión en su pecho, estaban enloqueciendolo.

El camino cada vez era más inclinado, los tallos más gruesos y las raíces más traicioneras, parecían que crecían conforme sus pasos avanzaban. Gerard iba a la delantera, vigilando que todo estuviera en orden y nadie les siguiera. El brujo había consumido ya tres frascos con dictamos para poder seguir manteniendo su visión y la distancia no se hacia más corta, era como si se duplicara.

Cuando Frank resbaló por quinta vez sobre esas traicioneras raíces, su respiración se aceleró y sintió que su corazón se estrujaba dentro de su pecho. Sentía como si un profundo miedo se apoderaba de todo su cuerpo y un frío intenso le recorría cada extremidad de su cuerpo. Logró sentarse y quedarse ahí, casi petrificado.

—¿Frank? —preguntó Gerard y se alarmó al verlo sentado y en ese estado—. Frankie, ¿qué pasa?

Frank escuchaba a lo lejos la voz de Gerard, quería hablarle y decirle cómo se sentía pero simplemente no podía.

—Escúchame, Frank. Cierra tus ojos y escucha mi voz —dijo Gerard—. Piensa en el sonido del agua, imagina que recorre tu cuerpo… las olas rompiendo sobre la marea son como tu, libres e impactantes…

Frank cerró sus ojos e imaginó el relato de Gerard en su mente, la calma que el agua le transmitía era única y sin duda, junto a la voz de su brujo, era la mejor combinación. Poco a poco su respiración se apaciguó y su corazón volvió a su ritmo normal, se pudo poner en pie con la ayuda del Lobo Blanco y tomados de la mano comenzaron a andar de nuevo.

Frank quería hablar pero no se sentía capaz, por el contrario cada vez que intentaba gesticular, el susurro en los árboles se hacía más fuerte. Sólo la cálida mano de Gerard aferrando la suya lo mantenía con la fuerza necesaria para continuar.

Lo que sintieron, horas después, por fin llegaron al final del bosque. La primera parte del camino estaba completada, solo debían pasar un vasto y extenso campo lleno de pastizales para alcanzar el valle, que era el último peldaño para estar a las puertas del Olimpo.

Gerard le sonrió a Frank, cuando la luz del nuevo día les tocó la piel. Le dio un apretón cariñoso en la mano y lo jaló con él para continuar. Sin embargo, apenas sus pies y la mitad de sus cuerpos habían avanzado lo suficiente entre el pastizal, el ambiente cambió. Hubo una tensión inexplicable y un abundante hedor a putrefacción. No había viento y el susurro fue más real e intenso.

—Corre, Frank —musitó Gerard—. Es una emboscada. Corre.

El cuerpo de Frank obedeció la orden de Gerard y por inercia comenzó a correr en dirección norte, hacia donde se veía que se alzaba la rocosidad del valle. Escuchaba un aleteo fuerte pero no quería volver a ver, a su mente llegaban los recuerdos de la fatídica noche en la que había perdido a Anthony.

Gerard aferró con más fuerza la mano de Frank mientras corrían juntos. Podían presentir que aquellos demonios se les estaban acercando, escuchaba como el pastizal se destruía bajo sus pasos. Desenfundó su espada justo a tiempo para cortar la cabeza de un infieri que apareció a su lado. Luego de ese vino otro, y otro, hasta que eran un grupo de casi diez los que tenía encima.

—¡No dejes de correr! —dijo y soltó su mano.

El brujo tomó rápidamente un díctamo que le dio más fuerza y rapidez, su efecto no duraba mucho y luego le drenaba energía de más pero tenía que usar todas sus cartas en esa pelea.

Al acabar con ese grupo, Gerard desvió su vista hacia atrás y notó la enorme cantidad de demonios que venían tras ellos. No había duda, Hades les había enviado a su ejército de Infieris para atraparlos. No iba a permitir que ninguno de ellos pusiera sus garras sobre Frank.

Para su suerte, llegaron a un puente que no habían visto antes por la distancia. Este unía el pastizal con el valle. Al estar en él, Gerard tomó una de sus dagas y la colocó en las manos de Frank y luego estampó un rápido beso en sus labios.

—No dejes de correr Frank. Cuando llegues al otro lado del puente, corta los mecates y continúa tu camino. Yo voy a detenerlos.

—¿Qué? NO, Gerard. No voy a dejarte aquí. ¡No!

—Hazlo, Frank.

—No quiero perderte…

—Nunca lo harás —dijo tomando su mano derecha y llevándola hasta su pecho—. Mi corazón es tuyo y te amaré por siempre.

—No te despidas, maldita sea.

—No hay más tiempo. Vete, Frank —insistió con un nudo creciendo en su garganta y un amargo punzón en su helado corazón—. Por favor…

Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón abatido, Frank no tuvo más opción que comenzar a correr por aquel puente dejando al Lobo Blanco atrás, quién minutos después tomó otro díctamo y corrió en dirección contraria para comenzar su lucha contra los demonios.

A lo lejos, un hombre alto, de tez blanca y ojos azules como el mar, observaba como sus demonios cumplían su orden. No faltaba mucho para cumplir el deseo de su padre.

El Protector ➛FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora