POV: CLARISSA
Escuché mi teléfono sonar un par de veces, por un momento pensé que se trataba de mi imaginación, ese teléfono sonaba tantas veces al día que hasta tenía pesadillas con eso. Sin embargo, algo en mí me decía que esta vez no era producto de mi imaginación y que abriera los ojos. A regañadientes le hice caso a mi conciencia y tomé mi teléfono para darme cuenta de que tenía casi quince llamadas perdidas de Crystal. Me levanté de la cama tan rápido que choqué con la mesa de nacho dejando caer la lámpara sobre ella. Encendí la luz, y me di cuenta de qué era casi la una de la mañana. Debía haber pasado algo realmente grave como para que Crystal me llamase a estas horas y con esa insistencia. Devolví la llamada y unos segundos después atendió.
—Señorita Jones, sé que es un día de descanso y que no son horas de llamar, pero la necesito de inmediato en la mansión de los Edevane. Pasó algo y la necesitamos urgentemente.
Una sola cosa pasó por mi mente cuando ella expreso la urgencia con la que necesitaban mi presencia. Jonathan estaba muerto o al borde de la muerte.
—¿Está todo bien? —pregunté con el alma sublime en mi piel.
—Por favor venga, hay un auto esperando en la entrada de su departamento. No tarde. Nos vemos aquí. —Y sin más Crystal finalizó la llamada dejándome con un montón de preguntas cuyas respuestas no terminaban nada bien.
No reparé en mis pensamientos y me apresuré a vestirme con la ropa que había dejado sobre la mesa hacia algunas horas atrás. Tomé un gaban ya que estaba helando, más de lo usual en Nueva York, y bajé acomodándome los tacones mientras corría mis medias veladas. Mi mente estaba llena de imágenes fatalistas que solo apuntaban a Jonathan. Quizás las cosas no habían salido bien, habría sufrido un accidente o alguien le había hecho daño. Estaba asustada, realmente lo estaba, y no explicaba las razones por más que las tuviese en el borde de mi mente. Tal como lo había dicho Crystal, frente a mi edificio había un auto que supongo esperaba por mi presencia. El hombre, al percatarse de que me encontraba en la entrada, se bajó del auto y abrió una de las puertas traseras para que subiera al auto. Una vez dentro se puso en marcha el vehículo.
La mansión de los Edevane quedaba a las afueras de Nueva York, por lo que llegar al destino sería un largo recorrido. El padre de Hoffman había adquirido las hectáreas poco después del año de la depresión, y aprovechándose de las crisis logró adquirir uno de los lotes más grandes del condado. Fue Hoffman hijo quien rediseñó aquella mansión y la convirtió en una de las casas de lujo más envidiables de la elite neoyorquina. Ni siquiera un piso en Upper East Site costaba tanto como una de las casi treinta y cinco habitaciones que tenía aquella mansión. Era un palacio contemporáneo que llevaba un apellido que era difícil de olvidar una vez entraba a tu registro de recuerdos.
A pesar de que Nueva York era conocida como la ciudad que nunca duerme, el tráfico durante la madrugada hizo que el viaje fuese mucho más rápido y lográramos llegar al destino antes de tiempo. A la entrada del recinto, una horda de periodista se sujetaba con fuerza de las enormes barandas de acero que conformaban el alto portón de la mansión. Había un par de furgonetas estacionadas a un lado de la mansión de donde colgaban enormes antenas parabólicas. El conductor sonó el claxon un par de veces para que las personas lo dejaran pasar.
—Tápese el rostro por favor —expresó y me entregó un trapo de color negro.
No protesté a la orden del conductor y tapé mi rostro con aquel trapo. Una vez el vehículo se puso de nuevo en movimiento, lo único que logré distinguir fueron los cientos de flashes que comenzaron a dispararse mientras intentábamos entrar a la mansión. Esto era una completa locura, estas personas parecían una horda de hormigas tratando de devorar una piza de azúcar. El conductor me ayudó a bajar del auto mientras yo sujetaba con fuerza aquel trapo evitando ser alcanzada por el lente de una de las cámaras. Una vez estuvimos dentro, me pidió que me descubriera y continuara con el camino.
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A término indefinido©. [+18]
Literatura FemininaClarissa Jones se mudo a los 18 años a la gran ciudad de Nueva York motivada a cubrir el tratamiento su abuela. Ha tomado cada trabajo que tocó su puerta, pero durante dos años ha sido una secretaria más del Emporio joyero mas grande de todo Estados...