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– Vamos, rubio. – susurró Mercury, quien esperaba a su amigo en la calle.

Roger y Freddie acostumbraban a verse a altas horas en la madrugada para sumergirse en la vida nocturna inglesa.

– Calla. Te oirán mis padres.

Ambos jóvenes hacían esto a escondidas de sus familias. Nadie quería que sus hijos anduviesen por bares y discotecas de temáticas homosexuales. Ya no era tan tabú, pero seguía siendo algo clandestino.

Roger salió por la ventana y cayó al lado de su amigo. Ambos echaron a correr por las apagadas calles.

– Tengo que presentarte a gente. – habló el moreno cuando paró de correr. – Pero no para follar, rubia salida. – Dijo cuando vio la cara de su amigo.

El menor se limitó a reír.

Pronto tres personas aparecieron en la calle. Freddie se acercó a ellos y los saludó.

– Ven aquí, rubia. – hizo señas con las manos para que se acercase. – Estos son John y Brian. – Presentó a los chicos. – Esta chica no sé quién es.

– Mi novia, Lola. – Dijo el del pelo rizado mirando al rubio.

Roger había estado comiéndose a Brian con la mirada desde el primer momento, y el mayor, al darse cuenta, con una sonrisa miró a su novia y le plantó un morreo en los labios.

Después de las presentaciones, los cinco se adentraron en el primer local que vieron.

El segurata de la discoteca ya conocía a Freddie y Roger, sabía que el rubio era menor y nunca les puso impedimento para entrar.

– ¿Edad? – preguntó el tipo con un semblante un tanto raro.

– Venga Bob. – Sedució Roger al hombre. – Déjanos entrar, por favor. – suplicó mientras rodeaba sus manos por el cuello de aquel señor que poco a poco iba accediendo.

– Pasad. – les dijo indicando el camino. – Tú y yo nos vemos luego. – susurró en el odio del rubio.

El ambiente en aquellos locales era increíble. Bandejas de cocaína, alcohol, tabaco, strippers. Un paraíso según Freddie.

– Oye Fred, – llamó Roger a su mejor amigo. – ¿de qué conoces a estos dos?

– De la escuela. – respondió con la mirada fija en uno de los strippers. – ¿Cuánto crees que me cobrará por follar?

– ¿Acaso importa? ¡Somos ricos, mi amor!

Era cierto. Aquellos jóvenes tenían mucho más dinero del que nos pudiesemos imaginar. Venta de drogas, sexo por dinero y otras ilegalidades más les habían dado a esos jóvenes la vida de exceso que tanto deseaban.

De repente Roger estaba entre las piernas de un joven, con una bandeja de cocaína a su izquierda y botellas de alcohol a su derecha. El chico besaba el cuello del rubio con ansias, mientras desesperado desabrochaba sin éxito la camisa del más pequeño.

Brian veía la escena desde la lejanía. Su situación era similar a la de él: su novia besaba y lamía cada milímetro de su cuello, dejando marcas que se quedaría por ahí días.

Freddie había conseguido tirarse al stripper y ahora su siguiente objetivo era el más joven del grupo: John.

No era muy fácil de ver que era la primera vez que ese chico salía de fiesta. Había probado cada cosa que le hubieron puesto delante. Cocaína, éxtasis, alcohol, y otras muchas cosas que no sabía ni que existían.

Freddie había estado al tanto de eso. Y no penséis que era un aprovechado, no haría nada con el joven en ese estado.

(...)

Crónicas del exceso {maylor}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora