La noche llegó pronto. Los cuatro chicos llevaban varios minutos dándolo todo en la pista de baile. Por petición de Mercury, quien nada más llegar a la lujusa discoteca les exijió salir a bailar. Nadie se atrevió a desobeder las órdenes de Freddie, hacerlo es casi como desobeder a la misma reina de Inglaterra.
La preocupación que se instaló en el cuerpo de Brian en la mañana al escuchar el llanto del rubio, se desvaneció al verlo bailar. Sonreía mientras movía las caderas detrás del persa, dándole de vez en cuando una nalgada que al rizado le recordó la escena de la ducha.
Salió por unos minutos de la pista, acercándose a la barra e intentando disipar esos pensamientos que habían hecho despertar a la bestia.
– Hola. – sonrió el rubio con la respiración fuerte. – Parece que no pero... seguirle el ritmo a Freddie cansa.
El mayor soltó una carcajada. – Vaya aguante tienes, Roggie... – lo miró con picardía.
– Pues sí que tengo, ¿acaso quieres probarlo, Brimi?
El rizado lo miró con superioridad y sonrió. – ¿Otra vez?
– Fue solo el calentamiento. – río el más pequeño. – Arriba hay habitaciones. En 30 minutos en la número 3. – y después de darle un trago a la copa que el camarero sirvió para Brian, se alejó moviendo las caderas.
Los minutos pasaron extremadamente lejos a percepción del mayor. Quizá fue porque se molestó en contar los 1800 segundos que pasaron desde que Roger lo había invitado a la habitación. Pero ahí estaba, en la puerta número 3, a punto de estampar los nudillos en ella.
La puerta se abrió, dejando ver a un Roger con el pelo recogido y sin camiseta. Al entrar en la habitación Brian entendió que la forma en la que el menor se sentía mejor no era la mejor. Restos de polvo de lo que supueso eran cocaína estaban en la mesita de noche, dos botellas vacías de vodka en el suelo y una bandeja de cocaína intacta sobre la cama.
Quería estar dentro de Roger, de verdad quería, pero no de esa forma. Así que cuando el pequeño se abalanzó sobre el, posando sus manos directamente en su miembro, lo miró a los ojos, a esos preciosos ojos azules.
– Así no, Rog.
– ¿Así cómo? – cuestionó haciendo presión en su entrepierna.
Brian soltó un bufido y empujó al rubio de encima suyo. – Quiero follar contigo, de verdad que quiero, pero después de lo de está mañana... y ahora ver esto... – miró de nuevo a su alrededor. – No creo que sea lo correcto.
Roger volvió a subirse sobre Brian, moviendo sus caderas para provocarlo.
– Que no, Rog. He dicho que así no.
El tono que empleó el mayor en otro momento lo hubiese excitado, pero ahora le había intimidado, e incluso le había enfadado.
– ¿Cuál es el problema, Brian? ¿Has estado casi una semana intentando meterme la polla y ahora que tienes la oportunidad la rechazas? – gritó el menor. Era el efecto que provocaba sobre él la mezcla de cocaína con alcohol, lo volvía caprichoso y violento.
– No lo entiendes... – habló calmado el de pelo rizado. – Mañana hablamos. – Se levantó de la cama, bajo la atenta mirada de Roger y salió de la habitación.
El pequeño se quedó completamente solo y con una ira increíble en su cuerpo. Se levantó de la cama de mala gana y buscó un cigarrillo, lo cogió y lamió uno de sus lados, pringándolo segundos después de el polvo blanco que lo llevaba acompañado el último año. Lo encendió y le dió una gran calada, inhalando después el humo que salió de su boca.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas del exceso {maylor}
RomanceEntre indirectas y miradas indiscretas, entre llantos y súplicas, entre gemidos y orgasmos, entre excesos y lujos, Brian May y Roger Taylor.