XIX

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Si alguien le preguntase a Roger cómo se sentía en ese momento no habría podido decirlo, pues no se podía expresar con palabras cómo era despertar completamente desnudo, al lado del amor de su vida, en una habitación de hotel a la costa de Inglaterra. Simplemente no existían palabras para describir ese sentimiento.

Los pequeños rizos que se escapaban del agarre que el mayor se había hecho la noche anterior, caían con delicadeza por su rostro. Era perfecto.

El menor se levantó con cuidado de no despertar a su novio, se puso unos calzoncillos limpios, sacó un cigarrillo de la cajetilla y salió al pequeño balcón que tenía aquella habitación. Hacía ya unas horitas que había amenecido, y Roger juraría no haber visto algo las bonito en su vida. No sabía si por las veces que había escuchado a Brian hablar del cielo, él había quedado tan cautivado como su pareja, o si el despertar tan feliz lo hacía ver todo más bello de lo que era. Fuese lo que fuere, aquel hermoso espectáculo no pasó desapercibido para el menor, quien fumando el cigarro, observaba como las nubes y los rayos del sol brindaban algo tan hermoso.

Mas toda esa maravilla se vió interrumpida por el llanto repentino del menor.

Algo que su novio no sabía, era que el más joven había vuelto a consumir cocaína. No porque lo necesitase, sino porque en el mundo de la música, en las fiestas a las que asistían después de los pequeños conciertos en universidades, la droga era algo que nunca faltaba.

Freddie y él habían vuelto a los viejos tiempos. Llegaban de día a casa, hasta arriba de drogas y alcohol.

Y sí, Roger había prometido no volver a meterse cocaína, pero también sabía que había jurado en vano.

Y ese llanto que había llegado en el peor momento, venía acompañado por el sentimiento de culpa.

Había mentido. Había mentido a la persona más importante de su vida. A la persona que estuvo con él en los peores momentos, en cada recaída, en cada momento de alegría. Había mentido a Brian. Y no solo lo había mentido. Le estaba ocultando las bolsas con el polvo blanquecino que escondía en la casa que compartía con el cantante.

Tanto Freddie como Roger estaban mintiendo a sus parejas, ocultándoles algo que, más pronto que tarde, acabaría saliendo.

Con los ojos llenos de lágrimas miró de nuevo al rizado, quien seguía durmiendo plácidamente.

No había sido capaz, no había sido capaz de no volver a drogarse. Y la culpa lo azotó más fuerte.

Síntoma de la adicción a la cocaína.

Pensar en tener que volver a pasar otra vez por lo mismo... le aterraba. Pero lo que más miedo le daba, era la reacción de Brian.

Fumó con ansías el cigarro, intentando controlar su respiración mientras expulsaba el humo.

Había sido la primera noche en tres semanas que no había esnifado y le estaba pasando factura.

Sabía que lo malo de la cocaína no era el peligro que corría en el momento del subidón. Era lo mal que te dejaba cuando estabas sobrio. Esa necesidad de volver a la adrenalina, de volver al éxtasis. Esa necesidad que por un par de años había olvidado pero que, por su actitud inmadura, había vuelto.

Pensó en llamar a Freddie, en pedirle que lo llevase a desintoxicarse, en pedirle que tirase cada mota de ese polvo que tanto daño le había causado. Pero no lo hizo. No lo hizo porque sabía que desintoxicarse significaría abandonar la música por un tiempo, sus amigos, sus estudios y sobre todo, tener que contarle a su novio los motivos de su desaparición. Y no estaba preparado para contarle que había recaído.

Se levantó y caminó a la cama. Se detuvo al lado del mayor y se agachó para depositar un beso en su mejilla.

El recién besado sonrió y lentamente abrió los ojos. - Buenos días... - dijo con voz ronca.

Roger sonrió con tristeza. - Buenos días.

La expresión de paz y tranquilidad cambió por completo del rostro del guitarrista. - ¿Todo bien?

El rubio negó. - Pero no quiero arruinar nuestro último día de vacaciones y con la furgo. Hablaremos cuando lleguemos. - acarició la mejilla contraria. - Te amo, Brian. A veces me preguntó por qué a pesar de todo, sigues a mi lado, aguantando cada una de mis rabietas, de mis lágrimas y de mis enfados.

El nombrado se incorporó, quedando casi a la altura de su pareja. - ¿Por qué dices esto ahora?

El de ojos claros se encogió de hombros. - Así lo siento.

- ¿Sientes que no me merces? - se levantó de la cama y se posicionó justo en frente, agarrando al baterista de los dos mofletes. - Claro que me mereces, idiota. Aunque no lo sientas así, eres la persona más maravillosa que existe. Y lo sé, sé que no te lo terminas de creer pero, Roger, sabes que yo nunca te mentiría y cada cosa que te digo o hago, la hago porque la siento y, sobre todo, porque lo mereces.

Y cada una de esas palabras, fue una bala directa al corazón del pequeño. Una bala cargada con culpa. Una bala que lo haría explotar.
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Antes de nada, quisiera disculparme por desaparecer.
Estuve fuera más de lo que pensaba y entre unas cosas y otras no pude escribir.
Pero, traigo malas noticias.
Esta semana empecé el instituto y el lunes empiezo el conservatorio. No sé muy bien hasta qué punto podré o no escribir. Intentaré cada rato que tenga libre ponerme a ello mas no puedo prometer nada.
Millones de gracias por las 1200 visitas a esta historia, pensé que después de tantos años en el fandom nadie volvería a leerme pero, aquí estáis.
De nuevo disculpas por el capítulo tan amargo que acabáis de leer.
Roger no está pasando por un buen momento y, todos sabemos que la industria musical es un mundo duro y lleno de drogas, malas influencias, enfermedades...
Por suerte, tiene a su novio quién lo ha ayudado siempre que ha podido y (pequeño spoiler) siempre lo va a hacer.

Como siempre, podéis decirme qué os ha parecido, y, otra vez, gracias.

Nos leemos pronto (espero).

Crónicas del exceso {maylor}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora