XII

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– ¿Esta noche... salimos? – cuestionó Brian enrollando la pasta en su tenedor.

Freddie y John intercambiaron miradas. – Nosotros hoy no... Hemos quedado con mis padres. – respondió Mercury. – Pero a partir de mañana, todos los días.

Roger miró sonriente a su amigo. Lo conocía hacía mucho y nunca le había presentado ninguno de sus líos a sus padres.

– ¿Nervioso? – preguntó el de rizos a Deacon.

El más pequeño asintió. – Un poco la verdad.

El persa puso su mano sobre la suya para tranquilizarlo.

– Cuando yo los conocí se pusieron muy felices, pensaron que era un chica y salía con Freddie. – río Roger.

El resto de la comida la pasaron charlando sobre lo que les gustaría hacer una banda.

– ¿Sabes montar en bici? – preguntó el de rizos al rubio una vez se fueron sus dos amigos.

– ¿Qué tramas? – el de ojos claros lo miró.

El alto se encogió de hombros. – Me apetece salir contigo, dar una vuelta, quizá incluso pasar la noche fuera de casa, acampando por ahí.

– ¿Lee valley?

Una sonrisa iluminó el rostro de los dos muchachos. La ilusión en los ojos ajenos les hizo levantarse de golpe.

– Voy a buscar la tienda, el saco y nos vamos. – habló Brian caminando a su habitación.

Roger lo siguió sonriente. Estaba realmente feliz. – Debería antes pasar por casa... he pasado aquí el finde y estaría bien ver a Clare, ¡así la conocerás! Papá debe estar trabajando... con un poco de suerte mamá estará en casa y podré verla...

– ¿Quieres dormir en tu casa hoy y dejamos para otro día la acampada? – el mayor se acercó a Roger y pasó sus manos por su espalda, abrazándolo y atrayéndolo a si.

El rubio negó. – Ya tendré tiempo de dormir en casa. – Se puso de puntillas para acercarse al rostro del contrario y dejó un corto beso en sus labios. Se alejó del rizado y cuando iba a caminar para coger su mochila el mayor le dió una nalgada. – Tienes una obsesión con mi culo... – río. – Claro, tú apenas tienes.

Ambos rompieron en carcajadas.

– Yo tengo más por delante, ya lo sabes... – respondió Brian guiñando un ojo.

Una hora y media más tarde, los dos chicos llegaban a casa del rubio. Dejaron las bicis en el suelo y se acercaron a la puerta, llamaron al timbre y tras unos segundos Clare les abrió la puerta.

– Por fin apareces... – habló la hermana.

– Yo también me alegro de verte. – río Roger acercándose a abrazarla. – ¿Está mamá? – cuestionó al separarse, recibiendo una negación.

– Se fue hace una media hora... ya sabes, su estricta rutina de ejercicio...

– Dile que mañana vendremos a comer. – dijo señalando a Brian. – Es mi... – pensó como presentarlo pues no tenía muy claro como referirse a él. – amigo. – suspiró finalmente.

– Encantada. – sonrió y le extendió la mano, siendo estrechada por la del mayor.

– Igualmente.

– Bueno, enana, nosotros nos vamos. Hasta mañana.

Se despidieron y los dos jóvenes volvieron a montarse en sus bicis. En los 40 minutos que tardaron en llegar no articularon palabra alguna. El silencio que se formó no era para nada incómodo. Ambos disfrutaron con la compañía del otro, viendo como el sol caía y como el aire les golpeaba en la cara, menos en un momento del trayecto, que el aire les venía de espaldas y Brian tuvo que parar a arreglarse los rizos, pues le impedían ver.

Al llegar al parque, el trabajador les asignó un lugar para ellos. Se notaba que era temporada de exámenes, pues apenas había gente acampando.

Una vez consiguieron montar la tienda de campaña y acomodaron dentro sus cosas, el rubio se dejó caer sobre el colchón inchable, agotado. Brian se tumbó junto a él, mirándolo.

– Desde aquí se deben de ver muy bien las estrellas. – comentó el rubio. – ¿Me hablarás de ellas, no?

El rizado asintió mostrando sus dientes. – Siempre que quieras.

Roger también se giró para verlo. Se tomó unos segundos para observar cada detalle de la cara del contrario. A su parecer, era la persona más bella que había visto nunca.

Brian apartó un mechón rebelde que bajaba por la frente del rubio. – Cuando esta mañana dije que te quería... fue lo más sincero que he dicho nunca.

La mano del de ojos claros acarició la mejilla ajena. – Yo también fui sincero, Brian. Me has ayudado mucho en estos meses, te has preocupado por mi mucho más de lo que nadie lo había hecho. – su mano viajó hasta su pelo, enredado sus dedos en sus rebeldes rizos. – ¿Sabes? siempre he negado el amor. Lo he evitado a toda costa, pero ahora... ahora te tengo en frente y es como tener un tesoro... es sentir que tengo el poder en mis manos, no sé... ni si quiera sé cómo explicarlo... – su mano volvió a su rostro, acariciando sus labios. – No sé si estoy enamorado, solo sé que me haces bien y que siento cosas por ti que no había sentido nunca... – Se incorporó un poco, apoyando su cabeza sobre su mano libre y acariciando con la otra la barbilla del más alto. – No es solo atracción sexual, es algo más. – susurró y despacio se fue acercando a él.

Brian lo miró a los ojos, acariciando su pecho. – Cuando te vi llorar después de la fiesta fue como si el mundo se viniese abajo, apenas te conocía pero verte tan... tan destrozado... me dolió. Y estos meses, cuando te quedabas dormido abrazándome, o de la nada me robabas un beso cuando entendías los problemas de matemáticas, se sentía... tan bonito. – sus narices se rozaron, y rompiendo la distancia que les separaba, unieron sus labios.

Este beso fue completamente diferente a cualquier otro. Era real.

Crónicas del exceso {maylor}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora