Antes de bajar del coche Brian agarró a Roger de las manos y lo miró a los ojos.
– Roger, mírame. – ordenó con firmeza y una vez que tuvo los ojos celestes sobre los suyos, siguió hablando. – Nada de lo que ha pasado es tu culpa. Tus padres peleaban muy a menudo, ni Clare ni tu hubieseis podido impedir que esto pasase. – apretó el agarré. – Mírame. – volvió a ordenar. – Todo va a estar bien, ¿vale, amor? Tu madre va a ponerse bien y a tu padre lo van a coger y lo detendrán. – Una vez terminó de hablar pasó su mano izquierda por las mejillas del rubio, limpiando las lágrimas que caían a gran velocidad. – Ven aquí.
El menor se tiró a sus brazos, dejándose mimar y aprovechando ese momento para derramar cada lágrima que estaba dentro de él. La culpa lo estaba carcomiendo y cada vez que recordaba el momento en el que su hermana abrió la puerta, sollozaba más y más. El rizado acariciaba su pelo, como hacía cada noche que se sentía mal, conseguía tranquilizarlo y hacer que se sintiese mejor. Roger a su lado se creía invencible.
(...)
Tres horas llevaban los tres jóvenes en la sala de espera, impacientes deseaban que el médico les comunicase el estado de Winifred.
La pierna derecha del de ojos avellas se movía con ímpetu, al igual que su mano derecha, que acompañaba el movimiento de su pierna.
Roger, por el contrario, mordía las uñas de su mano izquierda, mirando a cada persona que pasaba delante de ellos.
Clare había ido al baño por decimotercera vez, preguntado a cada médico que se cruzaba en su camino.
– Deja ya las uñas, Rog. – habló Brian al cabo de un rato.
El rubio negó con la cabeza y al igual que su novio comenzó a mover la pierna. – Déjame ahora. Necesito centrar mi atención en otra cosa.
– Pues céntrala en algo que no te haga sangre. – de un manotazo lo hizo apartar la mano y como el rizado sospechaba, alguno de sus dedos tenía sangre debido a la brusquedad con la que el menor mordía sus uñas.
Este iba a decir algo, mas fue interrumpido por el médico. – ¿Familiares de Winifred Taylor?
Inmediatamente la pareja se levantó y se acercó al hombre.
– Ella está bien. Tiene una fractura en el hombro, nada grave. Se trata de una lesión muy débil, con reposo e inmovilidad del brazo en un par de semanas se recuperará. ¿Qué fue lo que le pasó?
El de ojos azules tragó saliva para comenzar a explicar, mas su novio se adelantó. – Una paliza. Su marido la golpeó.
El doctor suspiró con pesadez. – Es la tercara mujer que atendemos hoy víctima de esta clase de abuso. Se está poniendo fea la cosa.
Ambos jóvenes asintieron.
– Pueden pasar a verla, de uno en uno. – concluyó antes de indicar a Roger el camino.
(...)
Los cuatro jóvenes caminaban felices a casa de su amiga Mary. Cada 1 de julio desde hacía un par de años acostumbraba a celebrar una gran fiesta en su casa. ¿El motivo? Es incierto. Para aquellos jóvenes no hacía falta un motivo para salir de fiesta.
Al llegar a la gran casa, cada pareja fue por un lado.
Brian y Roger se sentaron en uno de los sofás, con un cubata en sus manos.
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Crónicas del exceso {maylor}
RomanceEntre indirectas y miradas indiscretas, entre llantos y súplicas, entre gemidos y orgasmos, entre excesos y lujos, Brian May y Roger Taylor.