Castigo del orgullo

351 14 0
                                    

En los tiempos maravillosos en que la Teología Florecía con la máxima savia y energía,
Se cuenta que un día un doctor de los más grandes, -Luego de haber forzado los corazones indiferentes; Y haberlos conmovido en sus profundidades negras; Después de haber franqueado hacia las celestes glorias Caminos singulares para él mismo ignorados,
Donde sólo los Espíritus puros quizás habían llegado-, Cual un hombre encaramado muy alto, presa de pánico, Exclamó, transportado por un orgullo satánico: "¡Jesús, pequeño Jesús! ¡te he impulsado tan alto! Pero, si yo hubiera querido atacarte a despecho De la armadura, tu vergüenza igualaría a tu gloria, Y tú no serías más que un feto irrisorio!"
Inmediatamente su razón desapareció.
El brillo de ese sol con un crespón se cubrió; Todo el caos rodó en esa inteligencia, Templo en otro tiempo viviente, pleno de orden y de opulencia, Bajo las bóvedas del cual tanta pompa había lucido. El silencio y la noche se instalaron en él, Como en una bodega cuya llave se ha perdido. Desde entonces se pareció a las bestias callejeras, Y, cuando se marchó sin ver nada, a través
De los campos, sin distinguir los estíos de los inviernos, Sucio, inútil y feo como una cosa usada, Fue de los niños el júbilo y la irrisión.

Las Flores del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora