SUEÑO PARISIENSE

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I
De aquel terrible paisaje, Tal que jamás un mortal vio, Esta mañana todavía la imagen, Vaga y lejana, me arrebataba.
¡El sueño estaba lleno de milagros! Por un capricho singular
Yo había desterrado del espectáculo El vegetal singular,
Y, pintor orgulloso de mi genio, saboreaba en mi cuadro La embriagante monotonía Del metal, del mármol y del agua.
Babel de escaleras y de arcadas, Era un palacio infinito, Lleno de fuentes y cascadas Volcando el oro mate o bruñido;
Y cataratas pesadas, Como cortinas de cristal, Pendían, deslumbrantes, De las murallas de metal.
No de árboles, sino de columnatas, Los dormidos estanques nos rodeaban, Donde gigantescas náyades, Como mujeres, se contemplaban.
Napas de agua derramábanse, azules Entre malecones rosados y verdes, A lo largo de millones de leguas, Hacia el confín del universo;
¡Eran piedras inauditas Y oleadas mágicas; eran Inmensos espejos deslumbrantes Por todo cuanto ellos reflejaban!
Indolentes y taciturnos,
Los Ganges, en el firmamento, Volcaban el tesoro de sus urnas En abismos de diamante.
Arquitecto de mis hechizos, Yo hacía, a mi capricho, Bajo un túnel de pedrerías Pasar un océano domado; Y todo, aun el color negro, Parecía límpido, claro, irisado; El líquido engastaba su gloria En el destello cristalizado.
¡Ningún astro, desde luego, nada de vestigios De sol, ni siquiera en lo bajo del cielo, Para iluminar estos prodigios, Que brillaban con su propio fuego!
Y sobre estas movientes maravillas Cerníase (¡terrible novedad!
¡Todo para la vista, nada para los oídos!) Un silencio de eternidad.
II
Al reabrir mis ojos llameantes He visto el horror de mi rincón, Y sentí, penetrando en mi alma, La punta de las preocupaciones malditas;
El péndulo de los acentos fúnebres Sonaba brutalmente el mediodía, Y el cielo volcaba tinieblas
Sobre el triste mundo adormilado.

Las Flores del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora