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D I E C I S I E T E


Hay una razón en especial por la cual decidí formar parte de la tradición.

A diferencia de mis amigas, yo no tenía el corazón roto a causa de un chico. Tan solo era una espectadora más, pero el haberlo sido desde una edad temprana hizo que se consolidara en un motivo poderoso para aceptar.

Ver a mi papá con el alma hecha pedazos por mi madre, y encontrar su dolor reflejado en cada una de las chicas de Sheridan, nubló mi empatía. Dejé de pensar en los chicos de la tradición como personas, y los vi como dagas pérdidas que en cualquier momento podían rozar a alguien, y hacerlo sangrar.

Pero yo nunca me vi como una daga.

Pensé en mí como un neutralizante. Una pared que al ser impenetrable hacía que la daga cayera. Ese era el propósito con el que inició. Detener el ciclo, no contribuirlo. Sin embargo, no lo era, nunca lo fui, solo me trataba de otro victimario más. Otra daga pérdida que terminó manchada de sangre. Poco importaba que mis intenciones difirieran a las de ellos, al final yo estaba haciendo lo mismo.

Si nos ponías a ambos en una balanza, esta se quedaría estática.

Y yo no buscaba ser ese tipo de persona, jamás tuve el impulso de serlo, por eso mismo cortaba las interacciones antes de que la magia cediera a algo más profundo, y las últimas palabras que compartía con ellos las dirigía al ego, no a su físico o a su genuinidad... Pero los deshumanicé, desde el principio lo hice, a tal grado que todo se tergiversó en mi cabeza. Incluso creí que su actuar posterior era dictado por la rabia y el rencor al estar en la posición contraria a la que acostumbraban, no por un verdadero dolor.

Mi cuerpo se entumeció, y los recuerdos de cada uno de los chicos de la tradición reclamaron cada rincón de mi mente. Mi egoísmo me había hecho una ignorante. En ese momento podía identificar cada detalle que ignoré, cada cicatriz que no me importó marcar, y cada inseguridad de la que fui partícipe.

¿Cómo pude ser tan cruel?

Fui con Brent a pedirle que habláramos en otra parte donde nadie estuviera, no quería pasar un segundo más siendo una daga. Elegí uno de los dormitorios del ático, y cerré la puerta detrás de nosotros.

—No sé cómo decir esto —comencé a explicarle, sin saber que palabras emplear.

Nunca me preocupé en como estas últimas podían afectar a un chico de la tradición, al contrario, buscaba que fuesen lo más hirientes posibles. Y la presencia de ese dato me carcomió en culpa al tener uno en frente de mí.

¿Y si decía algo mal? ¿Y si mis palabras, sacadas de la premura y desesperación, lo atormentaban más allá de esa noche?

El rostro de Brent se contrajo con confusión.

—¿Decirme qué?

Sostuve su mirada.

Era el momento de hacerme responsable de mis actos.

Le conté la verdad, fui sincera acerca de mis sentimientos y sobre mis intenciones. Casi todo fue confesado, lo único que omití fue la tradición para no involucrar a mis amigas, pero lo disfracé con una apuesta, algo que asemejara la cruel intención que la tradición albergaba para que mi actuar no se perdiera.

Fui brutalmente honesta con él.

Brent me miró, atónito. Se veía más confundido que herido, aunque sus ojos no dejaban de suplicarme que tomara mis palabras de regreso, y las almacenara en un lugar que tuviera una mejor cerradura.

Prometo Destruirte. [Nueva versión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora