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D I E C I N U E V E


El despertador fue intercambiado por los rayos de sol la mañana de Navidad. Olvidé cerrar la ventana, y ellos llegaron a mis párpados con cálidos hormigueos. Miré la hora. Ya eran las diez de la mañana, casi once, y ninguna llamada perdida o mensaje provenía de Aiden Rumsfeld.

Alcé mi cuerpo hacia las almohadas, en busca de sentarme sin hacer movimientos bruscos para no despertar a mis gatos. Cada que no lo hacía, terminaba recibiendo pequeños gruñidos y arañazos en los pies. Y me dispuse a contestar los mensajes de los demás. La mayoría eran felicitaciones navideñas y recordatorios de invitaciones a cenar esa noche.

Pensé en dormirme una hora más hasta que una llamada hizo sonar el celular. Al inicio, no estaba segura de contestar porque se trataba de un número desconocido, pero después de mi primera observación decidí hacerlo.

Tal vez era él.

—¿Hola?

—Bueno días, Grayson. —El tono de voz despreocupado y alegre de Aiden se filtró con rapidez en mi oído, y sentí como si lo tuviera a un lado de mí, sonriéndome—. ¿Qué tal amaneciste hoy?

—Bien, aunque pudo ser mejor. Creí haberme librado de mi molesto despertador personal —bromeé.

—Jamás. Tu voz siempre será lo primero que quiera escuchar al despertar, y también al dormir. A todas horas, en realidad, disfruto mucho el escucharte, Astrid... Aunque ese no es el punto —se corrigió con una ligera risa avergonzada, casi escuchándose tímido. Parpadeé, sin creer aquel suceso—. Lamento haberme retrasado. Estuve ocupado con algo importante —terminó por añadir, y sus palabras sonaron más suaves esta vez.

—¿Tan temprano? —indagué.

—Sí. Tu padre es muy difícil de encontrar en la mañana.

El sueño que aún habitaba en mis esporádicos bostezos se esfumó al instante. Escucharlo decir esa oración de forma tan ordinaria y simple, con mi padre de protagonista, alertó a cada uno de mis sentidos.

—¿Para qué quieres a mi papá? —Alcé mi voz.

—¿Ahora mismo? Para nada —contestó, indiferente, e ignoró mi reacción.

Solté un soplido.

—Sabes a lo que me refiero, Aiden Rumsfeld.

—Lo sé, Astrid Grayson —cedió en una tonada alegre—. Quería saber si ustedes tenían algún plan familiar esta noche, porque he planeado invitarte a algo desde hace días, pero tampoco quería entrometerme en sus planes. Sé lo importante que es para ti tu papá.

—Si es algo relacionado a esta horrible fecha olvídalo.

No me gustaba la Navidad. Y ese día no tenía contemplado salir de mi habitación por lo mismo.

—Es todo lo contrario —aclaró Aiden—. Digamos que es una invitación a tener una antinavidad.

—Estás bromeando.

—No, no lo estoy. Sé que no te gusta celebrar este tipo de fechas, y creí que te haría feliz apartarte de todo lo que significan —explicó, con su tono de voz alborotado en un genuino entusiasmo—. Así que... ¿Qué dices, Grayson? ¿Te gustaría ser un Grinch conmigo?

Reí con ternura. Solo a él se le ocurriría algo así.

—Me encantaría ser un Grinch contigo, Rumsfeld.

—Pasaré por ti en la tarde, como a las tres, ¿te parece? —corroboró, sin perder su animado ritmo.

—Me parece, aunque ¿hay algún código de vestimenta o puedo irme en pijama? —me atreví a bromear.

Prometo Destruirte. [Nueva versión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora