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C I N C O


El sonido de la alarma me exasperó apenas sonó.

No pude dormir en toda la noche. Tenía demasiados pensamientos rondando en mi cabeza, y ni siquiera la música clásica que me gustaba escuchar en momentos así me pudo calmar, al igual que tampoco tocar el piano, lo cual consideraba una medida extrema.

Me sentía ansiosa y fuera de lugar.

Durante el mes de septiembre y octubre no pude descansar bien a causa de la rivalidad que desarrollé con Aiden Rumsfeld. Los dos nos tomamos muy en serio las bromas y los sabotajes, a tal nivel que mis horas de sueño redujeron de manera considerable, tuve más tiempo para mis pensamientos, y ahí se desencadenó todo.

Había cosas en las que no quería pensar, mucho menos en este día.

Hoy era 18 de noviembre. El día de la tradición y el día en el que los corazones de los chicos del Instituto Sheridan estaban a nuestra merced.

Durante las primeras clases, me sorprendió no encontrarme con Aiden. Por más extraño que pareciera, él siempre estaba a mi alrededor, dispuesto a soltar una frase más insoportable de escuchar que la del día anterior.

A veces sentía que su pasatiempo favorito era retarme.

Dos meses y todavía no se cansaba. Y yo me estaba quedando sin ideas para regresarle sus bromas.

—Bien, chicos, en esta única ocasión daremos la clase por terminada antes de que suenen los altavoces. Tengo que ausentarme por motivos personales —anunció el profesor tras brindarnos las especificaciones que debía tener la tarea. Al abrir la puerta, nos dio una mirada de advertencia—. Y, por favor, recuerden hacer ustedes mismos su tarea. Cinco puntos menos al que la traiga de internet.

La mayoría de los alumnos se fueron tras él, y yo me quedé en mi lugar. El clima era más frío que el de los meses pasados, y los salones eran más cálidos para estar que los pasillos, en especial si portabas el uniforme oficial. Tal vez no tenía frío en la parte de arriba, pero si tenía en las piernas por lo corta que usaba la falda. No importaba que trajera medias, sentía el frío recorrer mis piernas.

Pero, para mi mala suerte, mi decisión se convirtió en un arrepentimiento. Una persona tomó el asiento que se encontraba desocupado al lado mío.

Y el estar cerca de alguien, sin dormir, no era la mejor decisión. No sé si solo era propio de mí, pero cuando no descansaba todo me irritaba. Por más que trataba de ser amable, había algo que me lo impedía, y terminaba siendo grosera ante la menor fricción.

Como ahora, no dejaba de percibir su «hola» como un estridente sonido. ¿Cómo podía haber gente tan radiante y alegre antes de mediodía?

Levanté mi mirada del ordenador. Y un chico, de cabello castaño y piel bronceada, me sonrió.

Era el mismo alumno que me ayudó a saber el tema de la conferencia. Todavía no recordaba su nombre. Y sé que debí averiguarlo al estar segura de que su fama lo haría formar parte de la tradición, en especial, cuando comenzó a saludarme por los pasillos cada vez que me veía, pero yo estaba absorta en mi guerra con Aiden, que lo dejé de lado. No creí que se fuera a acercar a mí, mucho menos en el peor día para hacerlo.

—Hola —volvió él a saludarme al creer que no lo escuché.

Quise sonreír, pero no pude.

—Pensé que no compartíamos ninguna clase —dije en su lugar.

—Solo esta, aunque el año pasado compartimos casi todas —me lo hizo saber con una vaga sonrisa—. No eres muy observadora, ¿verdad?

No, no lo era, pero esa no era la razón por la que no lo recordaba.

Prometo Destruirte. [Nueva versión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora