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C U A T R O


Esa mañana no podía ser descrita más que con la palabra etérea.

La estación de otoño era cada vez más presente al transcurrir los días de septiembre. Las hojas de los árboles caían como si siguiesen una melodía que había llegado a su punto culminante, el cual había tomado un ritmo rápido, pero a la vez delicado para que su belleza fuese apreciada.

Todo en ella emana una delicadeza que mantuvo mi humor a un nivel alto durante el camino a Sheridan. Ni siquiera me importaba haberme levantado una hora más temprano de la habitual, y estando enferma. Lo valía. La venganza podía ser un incentivo poderoso.

Y, pensándolo bien, tal vez la venganza era la que me estaba haciendo ver todo con gafas rosas.

—¿Estás seguro de que trajiste todo? —le pregunté a Colton una vez más.

Él volteó a mirarme, ofendido, y con un movimiento de cabeza señaló la parte trasera donde se encontraba una mochila negra. La abrí, y al instante sentí el atisbo de una sonrisa.

Colton era el cómplice perfecto para cualquier tipo de broma. Demasiado ingenioso para su propio o, mejor dicho, para los demás. Iba a echarlo de menos cuando se fuera a vivir con su padre al final del ciclo escolar. Nadie podría igualarlo.

Una vez que llegamos a Sheridan, tratamos de pasar desapercibidos por los pasillos. No había muchos alumnos, pero teníamos miedo de encontrarnos con uno que fuera del equipo de rugby.

Ayer por la tarde descubrí que iban a realizar pruebas antes de clases, y uno de los aspirantes era ni más, ni menos que Aiden Rumsfeld. Mi razón de estar ahí, y también el causante de mi resfriado.

Llegamos a las duchas de los hombres, Colton se colocó el gorro de su sudadera negra, y le entregué la bolsa.

—Quédate aquí. Si viene alguien, golpea la puerta para advertirme.

—¿Eso no sería sospechoso? —cuestioné—. Es lo que siempre hacen en las películas, y los atrapan.

—Bueno, toses. O no sé, Astrid, haces un ruido que suene natural.

—¿Y si estornudo?

Él negó con la cabeza.

—No, tú estornudas como gato. No podría escucharte bien.

Los dos nos quedamos pensando en alternativas, hasta que nos dimos cuenta de que estábamos perdiendo el tiempo. Colton se metió, y yo estuve atenta a mi entorno. Quedaba un cuarto de hora para que las clases comenzaran.

—¡Vámonos! —Colton salió un minuto antes de que los altavoces sonaran, y me tomó del brazo para echarnos a correr.

Le seguí el ritmo hasta llegar a un aula vacía, en donde saqué mi celular e hice el segundo movimiento: esparcir el rumor que construimos.

Esa fue la parte más sencilla de hacer, las personas disfrutaban guiarse por el morbo que les generaba el creer haber descubierto una verdad oculta, careciera de sentido o no, les hacía sentir poderosos tener esa información sobre sus manos. No por algo los programas de la vida de famosos tenían tanto éxito.

Alcé mi mano para chocarla con la de Colton.

Los dos nos echamos a reír, y decidimos que era hora de contemplar nuestro plan.

—Estos momentos son los que me hacen valorar ser amigo de ustedes cuatro —comentó Colton apenas entramos al pasillo de los casilleros.

Todos estaban hablando entre susurros y mostrando sus celulares. Sonreí. Estaba segura de que su razón de mirar a todas partes guardaba el propósito de localizar a Aiden Rumsfeld.

Prometo Destruirte. [Nueva versión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora